El famoso caso de Phineas Gage,
impecablemente narrado e investigado por el neurocientífico Antonio Damasio,
desprende importantes respuestas y enigmas sobre el funcionamiento de la mente
humana y el cerebro, sacadas a la luz a partir de un accidente de trabajo en el
que una barra de hierro pasó por su mejilla atravesándole todo el cerebro a través del lóbulo frontal.
No fue un caso para los seguidores de Broca, tan centrados en la funcionalidad
de las áreas del lenguaje, en la comprensión y productividad lingüística, sino
que abrió puertas para el estudio de la razón práctica, de la disociación
cognitivo-emocional, de los sistemas individuales de valores, etc. Gage no
volvió a ser el mismo tras el accidente, “ya no mostraba respeto por las
convenciones sociales”, cuenta Damasio, “no había evidencia de preocupación por
su futuro, ni síntoma de previsión”, se volvió fantasioso, blasfemo,
irresponsable, imprevisible, rebelde, asocial… Todo ello le llevó a perder sus
diversos empleos tras el accidente, a ser incómodo y molesto para los demás y a
que finalmente terminara en un circo mostrando las huellas de su “tragedia”.
Sin entrar en detallados análisis fisiológicos podemos afirmar que un impacto
cerebral trastocó su mundo y sus valores morales y “racionales” se fracturaron
dando lugar a una desinhibición emocional severa. La actitud de Gage se consideró patológica, fuera de la
normalidad.
El debate puede tener aquí su
primer punto de análisis, estableciendo la marcada separación –todavía por
clarificar de forma convincente- entre lo saludable y lo patológico. Clasificar
una patología mental desde un criterio sociológico es la mayor trampa que una
sociedad puede tenderse a sí misma. Si hoy en día todos admiramos a Don Quijote
porque vio gigantes donde el racional Sancho sólo veía molinos de viento, cabe
preguntarse hasta qué punto la razón es para la sociedad un lastre más que una
cualidad, un impuesto filtro a través del que ver el mundo más que un saludable
mirar. Puede que la sociedad se haya clavado una barra de hierro fantasma sobre
su cabeza, obstruyendo necesarios canales de respiración vital como son la
creatividad, la imaginación, la espontaneidad, la libertad… impidiendo que
–resumiendo- el ser humano se muestre y sea –simplemente- tal como es. Teniendo
en cuenta que existen alrededor de 10.000 mil millones de neuronas en el
cerebro humano y más de 10 billones de sinapsis, tal vez nos enfrentamos a un número
pequeño si consideramos las posibilidades cerebrales inhibidas desde la
infancia, a través de la educación, las normas sociales y morales, la religión
y los escasos cauces que dejamos para que se exprese la libertad en nuestras
formas de vida actuales, regidas por un sistema trazado limitante.
La línea divisoria entre el
artista y el loco ha sido corta (muchos serían los ejemplos de creadores que
han visitado ambos mundos) en un terreno humano en el que la razón simboliza lo
saludable, el artista lo aceptable (quizá ayuda un poco a entretener y a evadir
la razón de una manera “institucionalizada”) y el loco lo patológico (pues no
pone límites a su sinrazón, lo cual asusta e incomoda a los que se esfuerzan
por mantener su cordura). La patología mental supone sufrimiento, sobre todo en
un mundo en que ésta es exiliada, medicada, reprimida y silenciada. En los
manuales de psicología aumentan las descripciones de patologías y síntomas y es
posible que hoy en día no exista un individuo que pueda excluirse de coincidir con alguna de ellas. Así la
definición es clara y contundente, y se llama psicopatología a aquello que se
sale de lo “normal”, aquello que no cumple las convenciones sociales que
llamamos “saludables” y “funcionales”. Pero, no nos engañemos, en un mundo loco
el llamado “loco” es el más cuerdo, es una advertencia de salud, una llamada de
alarma que nos exhorta de un peligro. Y quizá sea el mejor camino para regresar
a la salud verdadera, pues como toda crisis, y como sucede con la enfermedad, no
es más que una signo adaptativo de salud, una señal necesaria del organismo que
todavía está vivo. Es la salud la que lanza su grito de auxilio y no sólo al
que la padece, sino a toda una sociedad que parece haber enmudecido, cediendo
al chantaje anestesiante de la razón, que paraliza al cuerpo y al alma hasta
que finalmente muere. Como dijo Mahler al escuchar su propia obra musical: “un
dolor ardiente cristaliza”. Un nuevo mundo se abre más allá de los límites de la
razón, del tiempo y del espacio, y sólo de esta manera es posible “llegar al fondo
de las cosas y traspasar las apariencias externas”. Dejemos que la razón
silencie por unos segundos su parloteo mental acostumbrado y escuchemos así
otras sinfonías y sueños interiores –guardados en luminosas y profundas regiones
de nosotros mismos- que nos recuerden que todavía –y afortunadamente- seguimos
vivos.
Diario La Verdad, 02-12-2012
1 comentario:
This is fantastic!
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