Más
allá del ámbito de las creencias se halla el ámbito de las realidades, más allá
de lo aceptable o inaceptable se encuentra lo innegable, lo que a fuerza de ser
es presenciado se quiera o no se quiera. En este escenario, tanto escépticos,
agnósticos o creyentes comparten un mismo territorio de experiencias que -al
margen de cómo enfrentarlas o de cómo interpretarlas a posteriori- tienen
lugar, son inevitables, suceden irremediables, para gracia o desgracia de uno o
de sus expectativas. Seamos materialistas o no, no podemos evitar sentir y no
tocar lo que sentimos. Lo sentido no pertenece a la materia, se presenta en lo
interno de no sé sabe qué región de receptividades –llámese mente o alma- y se
hace real, aunque no tangible. Convivimos con lo inmaterial de manera continua
y casi desmesurada, con el pensamiento y la emoción, convivencia que resulta
incluso lo que parece que somos, pues ¿qué sería de un cuerpo que no piensa o
no siente que es un cuerpo? Sin esa fuerza inmaterial no seríamos conscientes
de la materia o de la ilusión de materia que –aparentemente- nos constituye.
Cada vez con mayor insistencia ciertos científicos se atreven a decir que esta
realidad es un fenómeno de la conciencia, una fuerza de naturaleza aparente que
damos por real dentro del territorio de lo imaginado o soñado, como si en el
interior de un sueño el soñador juzgase real su presencia, escenario y objetos
allí establecidos. Pero el sueño mismo, en confrontación con la vigilia, nos
hace ver la impermanencia e insustanciabilidad del terreno de la vida
ordinaria, cuando al dormir todo desaparece y nos olvidamos del cuerpo, de lo
que tan infaliblemente creíamos ser y vagamos por las regiones de lo onírico,
por sus múltiples visiones ingrávidas o cayendo en el abandono de todo durante
el sueño profundo.
¿Qué
es entonces este cuerpo tan manifiesto y afirmado si todos los días nos deja,
se evapora, se diluye en los confines de los sueños, interrumpe su rumbo
predestinado y se embarca en la aventura de otras realidades y eternidades? ¿No
es algo que nos ha de llevar a preguntarnos cuál es la naturaleza real de este
soñador de mundos y de cuerpos? ¿No son los sueños algo más que lo que entendió
Freud, esto es, una tergiversación de la vigilia que nos sirve acaso de mera
interpretación de la misma? ¿No son otra realidad en sí misma? ¿Otra forma de
una misma conciencia expresada? Regiones paralelas, mundos que sin tocarse
parecen compartir tanto, los sueños y la vigilia estremecen al hombre desde que
es hombre y le hacen mirar más allá de los aparentes confines que la ciencia se
esfuerza en establecer como consecuencia de sus limitadas interpretaciones,
sesgadas, de una realidad que trasciende el paradigma de lo causal y temporal.
La materia, pues, es el resultado de esa visión, es la concreción limitante
resultado de una visión limitada. El espíritu, sin embargo, es lo que permite
tal manifestación infinita e intemporal, el ojo que ve, la fuerza que expande,
el Tao o Dios que de estar tan cercano a uno, de ser tan evidente, más próximo
a nosotros –aseguran los musulmanes- que nuestra vena yugular, parece que no
está, pues no se ve fuera. Pero precisamente porque está dentro, porque es uno
mismo. He ahí el misterio y la grandeza que se nos presenta. Una verdad que no
se puede expresar nunca en toda su amplitud y que sólo uno mismo tiene el don
de ver por sí misma para confirmarla. No existe paradigma científico más puro y
verdadero que éste, en el que aquello que busca conocerse puede verse,
evidenciarse, sentirse, saborearse en carne propia. Porque el espíritu, lo que
uno es, resulta tan manifiesto y evidente que sorprende y encoje, como encoje
pensar y sentir que la estrella más cercana a nosotros después del Sol se halla
a unos cuatro años luz, dándonos una mínima idea de la grandiosidad de este
espacio universal que nos acoge. ¿Y a qué distancia estaremos de nuestro cuerpo
cuando soñamos? Queda ahí el interrogante, dispuesto para arrojarnos al
misterio, para guardar silencio y sentir la sublime expresión de lo
inexpresable, del milagro, del insondable arcano del ser.
Quedará siempre lo asombroso, esa conexión
con lo espiritual, ya sea al contemplar el cielo estrellado de la noche callada
o la extática belleza de una melodía romántica, hechizando al alma con su
pulsación mágica y abisal, dejándonos sensaciones tan íntimas y certeras como
la que a continuación expresa Ernesto Sabato: “En la irremediable soledad de
este amanecer escucho a Brahms, y siempre, por sus melancólicas trompas vuelvo
a vislumbrar, tenue pero seguramente, los umbrales del Absoluto”. Y en eso
estamos, esculpiendo en el silencio de la no materia las formas de nuestros
sonoros e insondables abismos.
Diario La Verdad, 19-08-2012
2 comentarios:
Realmente muy interesante el articulo y su blog en general, hace algunos dias lo he descubierto y lo he estado siguiendo. Sobre este articulo estoy completamente con usted al decir que no hay nada mas hermoso, no hay mejor verdad que vivirlo uno mismo, ese sentimiento, emocion al vivir algo nunca antes experimentado es indescriptible.
Por ultimo, lo invito a mi blog. Me gusta mucho escribir y he empezado con los poemas, no son muy buenos pero son muy sinceros y todos expresan lo que siento dia a dia, espero se tome la molestia de leerlos.
http://cronicasdeunamentejodida.blogspot.mx/
Saludos!
La materia, pues, es el resultado de esa visión, es la concreción limitante resultado de una visión limitada
Qué inteligente eres, cómo puedes argumentar tan bien algo que sería tan criticado y objeto de burla para muchos ciegos de alma. Lo consigues desde tu calma interna, desde alguien que, como dices, ve, evidencia, siente y saborea la verdad.
Y en eso estamos, esculpiendo en el silencio de la no materia las formas de nuestros sonoros e insondables abismos.
Y por otra parte, qué manera de crear belleza...qué forma de entregar amor.
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