domingo, 6 de noviembre de 2011

Conciencia ética



Fue el premio Nobel de Literatura José Saramago quien dijo en una ocasión que “la alternativa al neoliberalismo se llama conciencia”. Esta sería una adecuada forma de introducir la cuestión que nos ocupa: la toma ética de conciencia a un nivel global. Uno de los malos hábitos que el liberalismo ha sembrado consiste en pasar a un segundo plano los criterios éticos y poner en lugar preferente una serie de valores tan cuestionables como son la competitividad y la voluntad de poder a cualquier coste. A día de hoy el sistema neoliberal nos está mostrando que su imperfección reside en la enorme desigualdad en la distribución de riquezas y consiguiente poder que viene generando, produciendo una alta descompensación no ya solamente en las personas individuales sino en países diferentes que apenas logran sobrevivir, apurados por las deudas que les consumen día tras día. Los mercados gobiernan el mundo y muchos gobiernos se han convertido ya en sus deudores. La táctica de los mercados y del sistema financiero es sencilla, más para los que más tienen y menos para los que menos tienen. A esto se le llama crisis en la actualidad: a la problemática que genera un continuo empobrecimiento de la clase media, esto es, el empobrecimiento de la mayoría que menos tiene. Mayoría que, a su vez, depende exclusivamente de esa minoría poderosa formada por quienes controlan el mercado financiero y las grandes empresas: verdaderos gobernantes del mundo que no cesan de buscar por encima de todo un mayor enriquecimiento propio a costa de abusar, empequeñecer y controlar aún más a quienes menos tienen: esa, volviendo al punto de partida, gran mayoría de individuos.

Ante este panorama desolador, ¿dónde podemos colocar ese término casi metafísico que llamamos “conciencia ética”? Sin duda no queda otra opción que el colocarlo en un primer lugar, en el escalafón más alto. No queda otra alternativa si esperamos ‘evolucionar’ ante un desastre producido por la alienación de unos valores fundamentales para la convivencia que deberían consistir en la supervivencia ‘saludable’ de nuestra especie. Pero esa alienación consiste en convertir algo dañino y reprobable (como es un excesivo y competitivo materialismo) en bueno y necesario. Procurar que el tan anhelado bienestar humano sea posible para todos y pueda mantenerse sin necesidad de hipotecar la vida y el tiempo en pos de unos faltos y fatales valores es, por tanto, una misión urgente. De otro modo, el bienestar pasa a llamarse malestar. Y ese malestar genera violencia y todo tipo de problemas de convivencia. Convivencia que, por otro lado, ha de estar movida por un fuerte sentimiento ético que cohesione a los individuos a través de una protección mutua definida por lo que todos han de llamar ‘lo que está bien’, es decir, aquello que es ‘bueno’ para todos.

No sólo es función de la política el procurar el bien de todos los individuos, que de hecho lo es, sino que los mismos individuos como sociedad han de tener el compromiso moral, nunca sobreimpuesto, sino sembrado por su cultura y educación generacional, de mirar por sus semejantes y procurar el mismo bien que procuran para sí mismos. Compromiso este que fue la premisa fundamental del cristianismo, que a su vez es el caldo de cultivo de nuestra sociedad occidental. ¿Por qué, entonces, parece que el neoliberalismo nos lleva como grupo motivado por unos determinados intereses económicos a una continua dicotomía con el territorio ético, incluso religioso, del que también formamos parte? La respuesta, creo, pone en tela de juicio el sistema que nos sustenta. Y es por esta razón que sólo cabe una salida a este laberinto: la rebeldía, el compromiso de conciencia ética, el resistirse a aceptar que la lucha indigna por el poder es nuestro rasgo distintivo como humanos y denunciar todos los casos en que esta indignidad es puesta de manifiesto. Denunciar nuestra falta de moral como sociedad esclavizada por un sistema inhumano es recordar que somos seres éticos y que podemos ser gobernados por unas fuertes y auténticas convicciones morales donde libertad y dignidad componen esa piedra angular de esa forma de vivir que supone la única coherente y natural alternativa; y que se llama conciencia.

Diario La Verdad, 06/11/2011

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