Fue el premio Nobel de Literatura
José Saramago quien dijo en una ocasión que “la alternativa al neoliberalismo
se llama conciencia”. Esta sería una adecuada forma de introducir la cuestión
que nos ocupa: la toma ética de conciencia a un nivel global. Uno de los malos
hábitos que el liberalismo ha sembrado consiste en pasar a un segundo plano los
criterios éticos y poner en lugar preferente una serie de valores tan
cuestionables como son la competitividad y la voluntad de poder a cualquier
coste. A día de hoy el sistema neoliberal nos está mostrando que su
imperfección reside en la enorme desigualdad en la distribución de riquezas y
consiguiente poder que viene generando, produciendo una alta descompensación no
ya solamente en las personas individuales sino en países diferentes que apenas
logran sobrevivir, apurados por las deudas que les consumen día tras día. Los
mercados gobiernan el mundo y muchos gobiernos se han convertido ya en sus deudores.
La táctica de los mercados y del sistema financiero es sencilla, más para los
que más tienen y menos para los que menos tienen. A esto se le llama crisis en
la actualidad: a la problemática que genera un continuo empobrecimiento de la
clase media, esto es, el empobrecimiento de la mayoría que menos tiene. Mayoría
que, a su vez, depende exclusivamente de esa minoría poderosa formada por
quienes controlan el mercado financiero y las grandes empresas: verdaderos
gobernantes del mundo que no cesan de buscar por encima de todo un mayor
enriquecimiento propio a costa de abusar, empequeñecer y controlar aún más a
quienes menos tienen: esa, volviendo al punto de partida, gran mayoría de
individuos.
Ante este panorama desolador,
¿dónde podemos colocar ese término casi metafísico que llamamos “conciencia
ética”? Sin duda no queda otra opción que el colocarlo en un primer lugar, en
el escalafón más alto. No queda otra alternativa si esperamos ‘evolucionar’
ante un desastre producido por la alienación de unos valores fundamentales para
la convivencia que deberían consistir en la supervivencia ‘saludable’ de
nuestra especie. Pero esa alienación consiste en convertir algo dañino y
reprobable (como es un excesivo y competitivo materialismo) en bueno y
necesario. Procurar que el tan anhelado bienestar humano sea posible para todos
y pueda mantenerse sin necesidad de hipotecar la vida y el tiempo en pos de
unos faltos y fatales valores es, por tanto, una misión urgente. De otro modo,
el bienestar pasa a llamarse malestar. Y ese malestar genera violencia y todo
tipo de problemas de convivencia. Convivencia que, por otro lado, ha de estar
movida por un fuerte sentimiento ético que cohesione a los individuos a través
de una protección mutua definida por lo que todos han de llamar ‘lo que está
bien’, es decir, aquello que es ‘bueno’ para todos.
No sólo es función de la política
el procurar el bien de todos los individuos, que de hecho lo es, sino que los
mismos individuos como sociedad han de tener el compromiso moral, nunca
sobreimpuesto, sino sembrado por su cultura y educación generacional, de mirar
por sus semejantes y procurar el mismo bien que procuran para sí mismos.
Compromiso este que fue la premisa fundamental del cristianismo, que a su vez
es el caldo de cultivo de nuestra sociedad occidental. ¿Por qué, entonces,
parece que el neoliberalismo nos lleva como grupo motivado por unos
determinados intereses económicos a una continua dicotomía con el territorio
ético, incluso religioso, del que también formamos parte? La respuesta, creo,
pone en tela de juicio el sistema que nos sustenta. Y es por esta razón que
sólo cabe una salida a este laberinto: la rebeldía, el compromiso de conciencia
ética, el resistirse a aceptar que la lucha indigna por el poder es nuestro
rasgo distintivo como humanos y denunciar todos los casos en que esta
indignidad es puesta de manifiesto. Denunciar nuestra falta de moral como
sociedad esclavizada por un sistema inhumano es recordar que somos seres éticos
y que podemos ser gobernados por unas fuertes y auténticas convicciones morales
donde libertad y dignidad componen esa piedra angular de esa forma de vivir que
supone la única coherente y natural alternativa; y que se llama conciencia.
Diario La Verdad, 06/11/2011
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