El orden político, en las democracias occidentales, ha ido obteniendo, revolución tras revolución, a base de cultura y concienciación, una consolidación necesaria capaz de garantizar, al menos más que otros modelos políticos conocidos, los derechos y libertades fundamentales de las personas. Si bien ha habido excepciones (caso de Guantánamo, y otros similares) el animal político ya ha asumido la norma moral de los derechos humanos como primer mandamiento de todo proyecto social. Cuando los intereses han amenazado estos presupuestos éticos han asomado voces diversas arropadas por los medios de comunicación (recordemos Wikileaks) que han denunciado fervientes aquello que violaba tales fundamentos morales de convivencia. Pero no cabe olvidar que el orden mundial (o el desorden, como quiera verse) vive continuamente amenazado por la falta de respeto y garantías hacia sus pueblos y es tarea de aquellos que defienden las libertades para ellos mismos abogar por las mismas causas allí donde se vean silenciadas. Mirar para otro lado del mapa a Corea del Norte y solo detener la vista cuando únicamente los consideramos una amenaza para nosotros (debido a su armamento nuclear) es un caso más de egoísmo que evidencia que no hay una movilización solidaria sino únicamente, cuando la hay, de intereses enfrentados, de oportunidad de beneficios, etc.
El camino de China, la sombra del comunismo, ha desembocado en un nuevo capitalismo, mucho más voraz, desenfrenado y despiadado consigo mismo que nuestro propio sistema, y todo ello ante un planeta ambientalmente acosado; quedando amenazada, cada segundo que pasa –y sin tregua- su sostenibilidad. El "gigante asiático" ahora puede engullirnos a todos con las golosinas de su producción a bajo coste y masiva, y las demás potencias olvidan su masacre al pueblo tibetano, a su propio pueblo. Un país, China, que ha sido explotado por sus gobernantes para ser una potencia, que sigue siendo explotado para que sus políticos se repartan los beneficios del esclavismo que gobiernan. Hemos visto, con el ejemplo de Egipto, que el pueblo sigue siendo capaz de rebelarse, que no perderá nunca esa cualidad, ante la injusticia y mofa de la libertad de los déspotas, pero no deja de ser otra lucha, otro enfrentamiento que traerá dolor, como hacen siempre las batallas, ligado a viudas, huérfanos y mutilados de por vida.
Dicen que no hay rebelión sin dolor, pero no es verdad, la rebelión de la conciencia es capaz de mostrar la verdad al mundo con su inteligencia integradora, pues el hombre sabe mucho mejor ayudar, buscar soluciones y mitigar el dolor que sembrarlo. Y los resultados de un acto creativo florecen, mientras que los actos destructivos, destruyen. Así de sencillo. Para ello, es necesaria la conciencia moral del político, es decir, de aquel que elige dedicarse a ayudar a su pueblo sin otros intereses que los que el espíritu popular reclama y merece. El político ha de ser sensible a esto, incluso debe educar esa sensibilidad creciente, pues de ello depende que lo que haga tenga realmente sentido, sea efectivo, o se convierta en una acto más, como venimos siendo acostumbrados, de maquiavelismo mal entendido, duelos de poder y aspiraciones vanidosas carentes de una auténtica vocación de servicio al otro. Es necesario reclamar, para el bien común, que el político que llegue a gobernar, lo haga con ideas claras de cuál es su deber y que lo demuestre día a día, con hechos y las justas palabras. Es necesario reclamar, como expresó Kant, al político moral, es decir, a "uno que considere los principios de la prudencia política como compatibles con la moral”; pero no a “un moralista político, uno que se forje una moral ad hoc, una moral favorable a las conveniencias del hombre de estado". Kant se refiere a una prudencia que es sinónimo de sabiduría, de un buen hacer sereno y equilibrado. Nos expone un punto fundamental en la ética política, que es la honestidad, en contraposición al cinismo de quienes hacen doctrinas a medida de sus propias convicciones partidistas, tratando de imponérselas a los demás. Convicciones que suelen ser solamente dualidades en conflicto activo, como la clásica izquierda y derecha, que solo desunen en vez de integrar. Cuando se nos pregunta que citemos a un gran filosofo, será fácil encontrar muchos nombres indiscutibles, Platón, Sócrates, Descartes, Hegel, Spinoza..., pero cuando hemos de citar a un gran político, siempre habrá alguien que lo ponga en entredicho con el mazo de la ideología, según se hallara en una orilla u otra del río. La cuestión es que todos cruzamos el mismo río, y aunque el río fluya y nunca sea el mismo, como dijese Heráclito, lo cruzaremos igualmente, pues nuestro destino es buscar un horizonte, fluir hacia un mar omniabarcante, donde podamos reconocer el umbral de esos valores universales, de esa moral inequívoca, que es el bien común.
Diario La Verdad, 13/02/2011
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