Hoy más que nunca educar es un reto. Ello incluye el ser capaces de guiar en el aprendizaje de la vida, el valor de conducir a alguien hacia sí mismo. Educar a otros conlleva también educarse uno, tener muy en cuenta lo que sabemos, los valores que nos han acompañado y que se han conciliado con el vivir. En ningún modo puede darse luz a este camino basándose en la estricta sujeción de una serie de datos, informaciones y referencias ajenas, impuestas por el sistema y cuyos resultados prácticos no conocemos. En el educar aparece el camino de la sabiduría, del saber mirar lo que la vida es, en su sentido más ético y existencial. Valores profundos como la felicidad, el bien o la verdad, no son meras acepciones que consultar en un diccionario filosófico, sino aquello que aparece espontáneamente en el escenario de la conciencia, en el hecho de pensar lo que somos, en el interés por descubrir aquello que llevamos dentro y que perfila nuestras acciones, comportamiento, carácter, destino… En resumen, lo que somos es lo que llevamos dentro para ser.
Educar significa sacar fuera lo que está dentro, implica, por tanto, saber conducir a otros a que extraigan lo que se guarda dentro, aquello que es llamado la virtud, lo intrínseco humano. Significa enseñar a otro a que se guíe a sí mismo. El valor del educador reside en su habilidad para estimular la virtud del que es educado en el sendero de su autoconocimiento. Aprender es recordar lo esencial nuestro y todo aprendizaje se aloja en el hallazgo de la puesta en práctica de nuestras propias capacidades, pues aquello de lo que somos capaces viene implícito en nosotros. Cuando aprendemos hacemos explícita, deducimos, esa herencia innata que es la facultad del saber. Aprender supone un nacimiento a través de lo aprendido, algo cambia en nosotros cuando el conocimiento aparece, nos transformamos en algo más, en alguien más completo, más entero.
A partir de un solo conocimiento nuestra interpretación del mundo adquiere un matiz diferente, una nueva gama de colores y sabores brotan del intelecto. Alguien que no existía, como dijo John Ruskin, aparece. El criterio natural del buen conocer son la memoria y el olvido, se queda lo que nos es valioso, pervive lo que nos llega dentro, lo que nos transforma de algún modo; y se olvida lo superfluo, aquello que no nos era necesario para vivir. La sabiduría no se puede aprender de memoria, sino que hay que asomarse a uno mismo y a las cosas que nos acontecen para descubrir lo que éstas significan. Cuando descubrimos de verdad lo que las cosas son, éstas ya pasan a formar parte de lo que somos nosotros; y esto, sin duda, permanece.
Al igual que cuando se aprende danza hay un instructor que va delante conduciendo, en el aprendizaje en general el educador guía los pasos del aprendiz: aquel que posteriormente tendrá que bailar solo, que dejarse llevar por el ritmo de su cuerpo, por el fluir de su pasos en comunión con la danza del vivir. Y esto no sucede si los oídos no oyen, si el cuerpo entero no siente el baile de las notas musicales, si el espíritu no se hace uno con la melodía que lo sobrevuela. En el Liceo, la escuela de Aristóteles, se acostumbraba a dar las clases paseando, esto es, moviendo las piernas y todo el cuerpo acompañando a la razón, caminando y respirando las ideas, discurriendo al ritmo del pensar, del mismo modo que un paso encamina el siguiente. La materia de la educación, del aprendizaje, es el vivir. De ahí parte y ése es el fin de toda enseñanza. Son las experiencias vitales las que nos hacen presentes las cosas, las que ponen de manifiesto aquello que sabemos y aquello que no sabemos, aquello que es mejor olvidar y aquello otro que es indispensable saber. Fue Aristóteles quien dijo: “Enseñar no es una función vital, porque no tiene el fin en sí misma; la función vital es aprender”. Enseñar es sólo señalar el camino, aprender es recorrerlo. Y aprender, en conclusión, no puede ser otra cosa que un camino hacia uno mismo. Alguien que verdaderamente ha aprendido algo, es alguien que sabe vivir un poco mejor en este mundo.
Diario La Verdad, 24/10/2010
1 comentario:
Coincido en tu reflexión. Soy profesor y resulta una tarea dolorosa en ocasiones educar, pero saber que puedes completar a alguien, hacer que busquen su persona más allá de lo estríctamente curricular, gratifica esta labor.
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