domingo, 19 de julio de 2009

La palabra frente a la realidad

A través de la mirada accedemos a la observación del mundo, pero necesitamos un espejo para ver nuestra propia mirada, nuestros ojos. Un reflejo en el agua acaso, que nos muestre la borrosa imagen del rostro que nos pertenece, buscándolo desde afuera, vislumbrando luego el movimiento de los gestos, de la clausura del silencio o de las ráfagas del pensamiento expresado, precipitado a la palabra que los labios moldean, con la ayuda del aire y otros elementos físicos que anhelan lo metafísico en la ficción del símbolo verbalizado y de la significación necesaria para la comprensión ajena y propia.

El signo, esa estación de paso, abierta al encuentro con la idea, limitada por la memoria del sentido codificado, ilimitada por el segundo mágico de tiempo en que se produce la identificación de idea y forma, de sentido y referencia, será siempre lo desconocido. Un juego que necesita de dos o más participantes para que comience y se prolongue hasta que el tiempo establezca su silencio continuado, como término y reposo.

La palabra, en el tablero, inmóvil e inerte, vestigio de los siglos y actualidad vulgarizada, se dispone a encontrarse, nuevamente, con su oponente, para dar inicio a una cosmovisión de sintagmas que se encaminan por sendas cotidianas de reflejos y apariencias.

El verdadero filósofo, que detesta la palabra, se ve obligado a trabajar con ella, porque sabe que no hay sistema mejor para ir al encuentro de la verdad anhelada. Aquel que ama la sabiduría halla en el sonido significados tal que sabores que degusta como explorador de los placeres sapientes, destinados a un éxtasis silábico que si no desvela, al menos elabora hermosos disfraces del desvelamiento.

Así el poeta, otra especie de filósofo profundamente hedonista del verbo, prefiere la verdad con ritmo y apariencia. Incluso los que se alejan de los juegos retóricos, y defienden la sencillez en líneas claras, caen presos de esos lúdicos azares, por el solo hecho de tratar con la palabra.

Pero la palabra va mucho más allá de las ideas, los pensamientos, los conceptos, signos, símbolos o imágenes. El filósofo Baruch Spinoza, en su Ética demostrada según el orden geométrico (1677), apuntó algo que siglos después defienden neurólogos actuales (como Antonio Damasio, El error de Descartes, 1995) y que conviene recordar aquí: “La esencia de las palabras y de las imágenes está constituida por los solos movimientos corpóreos, que no implican en absoluto el concepto del pensamiento”. Un gesto, dijimos al principio, de nosotros, reflejado en el agua, nos revela mucho más acerca de nuestra identidad que cientos y cientos de palabras elaborando un discurso sobre lo que podemos sentir en determinado momento.

¿Piensa usted lo mismo?, ¿cree que la imagen primera supera a la imagen imaginada por la palabra, la imagen segunda o metáfora? ¿O acaso un poema, ese simulacro estético de lo real, supera a la propia realidad?

El gesto de un niño de la guerra o de la posguerra sin un trozo de pan que echarse a la boca y su mirada de terror ante la muerte cotidiana, o el gesto de aquel otro hombre segundos antes de ser ejecutado a balazos por otro hombre. El de millones de personas caminando hacia el exterminio o hacia la agonía que la vida misma provee con el paso de los años y de la salud. Sin ninguna duda todo eso no es un poema. Es la vida misma. La tragedia auténtica de la vida. Sin estética alguna. Solamente tragedia. A secas.

Artículo publicado en el diario La Verdad de Albacete el domingo 19 de julio de 2009

http://www.laverdad.es/albacete/20090719/opinion/palabra-frente-realidad-20090719.html

1 comentario:

María dijo...

Muy buen artículo.
Acabo de entrar en un blog que te tiene linkeado y me ha resultado curioso e interesante.
Te lo dejo:

http://lagramaticaparda.blogspot.com/

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