domingo, 26 de abril de 2009
Generaciones perdidas
domingo, 12 de abril de 2009
Crisis de valores
La mente se afana en no concluir su arduo discurso de símbolos e interrogantes. Cualquier elemento nuevo se introduce en la constante lógica de un discurrir que todo lo iguala, normaliza y desubica de su abierta significación. El tiempo pasa así, en la penumbra de los días iguales, en la dejadez existencial de una hora tras otra empañada de hábitos aprendidos, de tareas programadas y palabras automáticas consecuentes con los efectos calculados.
La espontaneidad ha pasado a formar parte del desorden y la extravagancia. El hombre moderno ha marcado unos límites a su libertad, voluntariamente, para no perderla en su jungla de asfalto. Con ello, la creatividad resulta una extrañeza, una temerosa hazaña que muy pocos se atreven a llevar a cabo por miedo a ser reprendidos por el discurso socialmente correcto de los valores dominantes, que son aquellos en los que triunfa la mediocridad y está prohibido ser distinto, destacar o innovar formas de estar en el mundo. Albert Einstein nos dio este consejo: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Él, sin duda, fue consecuente con su máxima. Sin embargo, la mayoría de nosotros buscamos -ciertamente- resultados distintos, pero hacemos siempre lo mismo. Estamos atrapados en la red del eterno retorno, en un divagar cíclico que, como el planeta en que vivimos, gira -constantemente- sobre sí mismo.
Durante un tiempo nos fue bien vivir con unos ánimos determinados, ayudó a fijar un entendimiento mutuo en pos de unos objetivos comunes. La libre competencia, la ley de la oferta y la demanda, la especulación económica, el capitalismo liberal y globalizado… Todo ello parecía marchar viento en popa, había dónde nutrirse y dónde aparcar el ánima para nuevas incursiones.
Ahora las cosas son bien distintas. Nuestro camino ha sido dilapidado, la marcha triunfal ha devenido en derrota y el mundo se nos echa encima como una máquina de mil toneladas incontrolable.
Posiblemente, hemos fallado en lo básico. Los cimientos del castillo duraron un tiempo y nos hicieron pensar que la grandeza de una construcción tan colosal iba a ser inquebrantable. Pero los ladrillos eran de poca calidad, y la consistencia de la construcción no podía tardar mucho en venirse abajo. Hubo arquitectos de las ideas que lo vinieron anunciando frecuentemente: Marcuse, Adorno, Habermas, Chomsky, entre otros muchos. ¿Pero, quién iba a escucharlos cuando el castillo crecía y crecía de una manera tan escandalosamente admirable?
Los valores no han sido consistentes, sobre todo, porque la sociedad no ha sembrado árboles con raíces genuinas y estables. No hemos marcado el compromiso de una ética como fundamento de nuestro discurrir por la vida. No hemos visto en la educación el pilar fundamental de nuestra existencia como animales íntegros e intelectuales.
Pero, ahora, la suerte está ya echada, sólo nos queda recoger las cenizas y esperar. Esperar sobre todo a que las aguas vuelvan a su cauce. El riesgo de ahogarse en la tempestad es muy alto. La posibilidad de salvarse depende de tener la calma suficiente para nivelar el barco de una forma equilibrada y decisiva. No conviene huir, pero tampoco seguir la misma ruta sabiendo que la tempestad no avisa una retirada a corto plazo. Muy a pesar nuestro: alea jacta est.
Publicado en el diario La Verdad de Albacete el domingo 12 de abril de 2009
http://www.laverdad.es/albacete/prensa/20090412/opinion/crisis-valores-20090412.html
lunes, 6 de abril de 2009
La razón vencida
Como un huracán salvaje mi cerebro estrangula la calma,
revolotea indeciso el silencio, taladra el ahora
de picaduras nerviosas
y grita al viento la penumbra
de una especie de éxtasis psicótico
que va a dar al valium
del sueño nihilista
en un volcán de ideas masacradas.
Mi cerebro es más fuerte que yo, por eso golpea
y silencia mi esperanza.
Solamente quiero dormirme para ahuyentar a la muerte
de la razón homicida.
Y que el sueño conduzca mi cuerpo a lo sutil de la nada,
por sus adentros de aire vencido.