La necesidad de comprender el mundo es inherente al ser humano, porque el ser habita ese espacio y no puede dejar de lado el vacío que provoca el desconocimiento de los fenómenos que le rodean.
Posiblemente la Ciencia se haya convertido en el cosmos de la mitología moderna, la única que nos capacita para conocer el origen y sentido de lo que somos. Con la irrupción del positivismo esta conciencia se afirma como dogma de fe, quedando lejos del entendimiento objetivo aquello que sobrepase las premisas lógicas de la razón.
Con la modernidad el mito de Dios ha muerto. Aunque posiblemente fue muriendo desde su mismo origen. La angustia heideggeriana nace cuando el hombre se pregunta por su ser, unido al tiempo, y reconoce que no le queda otro remedio que asumir la radical verdad de su existencia fenomenológica, la que se ve impresa por los únicos parámetros de la realidad cognoscible, la que determina al ser en tanto que está ahí, sin otra trascendencia más que su estar en el mundo.
Abocado el ser a su penumbra metafísica ha de plantearse nuevos mitos, con un solo fin posible: encontrar un sentido.
El hombre moderno, aún conociendo el papel fundamental de la Ciencia, se niega a creer que a través de ella pueda desvelarse todo el sentido. Esto es, en definitiva, el espíritu romántico: aquel que cree en las posibilidades del hombre como creador de mitos. Dostoievski, en sus Memorias del subsuelo, escribirá: «¿Queréis decirme, señores, qué voluntad será la mía cuando rija ya eso de la lista y la aritmética, cuando todo el mundo piense únicamente que dos y dos son cuatro? Dos y dos son cuatro aun sin mi voluntad. [...] Pero que dos y dos sean cuatro no es ya la vida, caballeros, sino el comienzo de la muerte». El verdadero espíritu romántico descreerá de la Ciencia como ética y sentido de vida.
Los mundos de ficción van unidos al hombre desde su origen. La imaginación es un hecho, una realidad que también está ahí, conformando otras realidades, otros sentidos paralelos. Sin embargo, los mitos modernos no se llegan a creer del todo, existe un consenso, un pacto que nos obliga a aceptar que esos mitos no son reales, haciéndonos partícipes de un juego: de una verdad figurada. Esto es la posmodernidad, la ironía, la paradoja o la simple parodia de lo que antes creíamos como verdad absoluta.
La historia de la imaginación moderna nos ha entregado, como siempre se ha hecho y siempre se hará, mundos nuevos tal que el de El señor de los anillos de Tolkien, por poner un ejemplo conocido por todos. El hombre no se resiste a dejar de creer, a dejar de imaginar. Fijémonos en la enorme atracción que causa en la juventud los juegos de roll o el célebre manga japonés. Todo lo creado más allá del sentido real de la lógica visible.
El cómic crea a los superhéroes, que no son otra cosa que nuevos héroes griegos con capacidades sobrehumanas (Superman, Batman, Spiderman, etc). Los mitos modernos están en el cine y se superponen unos a otros, llegando incluso a ser personas de carne y hueso las que adquieren la categoría de mito: Marilyn Monroe, John Lennon, Che Guevara, John Wayne, etc. La cultura de la imagen nos presenta a seres humanos que son vistos a través de una distancia con dimensiones espectaculares. Ya no importa que sea ficción o realidad, los mitos modernos se desencadenan como fenómenos de masas y son éstas las que entronizan al héroe humano a la categoría de mito. Los ídolos son mitos en el sentido en que se convierten, para el idólatra, en la explicación de su mundo, en el significado del mismo, en lo único que tiene la capacidad de explicar su realidad, en tanto que no existe nada por encima de ello.
Todo puede se un mito, como afirmó Roland Barthes, id est, «todo lo que justifique un discurso puede ser un mito». La forma del mito dependerá de los modelos tomados, de los receptores que lo acojan y de la irremplazable capacidad de verdad de que se le dota, transformándolo en sentido. El hombre moderno necesita creer en el mito, y para ello no le queda otro remedio que crearlo, incansablemente, agotando las posibilidades de su significación.
http://www.laverdad.es/albacete/20090329/opinion/mitos-modernos-20090329.html