El poeta nunca muere. Quedan sus escritos. Hay poetas de raza, de esos que no se hacen sino que nacen. Tal es el caso de Miguel Hernández, un poeta cabrero, como él mismo se definía, que un día viajó a Madrid en busca de su destino literario.
La poesía comprometida tiene en Miguel Hernández a uno de sus estandartes más vivaces. De sus viajes a Madrid aprendió que el mundo está rodeado de injusticias y de penas. Durante la Guerra Civil esa verdad se le presentó todavía más dolientemente auténtica. Así lo expresó en muchos de sus versos: “Tristes guerras / si no es amor la empresa. / Tristes. Tristes. / Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes. Tristes.”
La voz de Miguel Hernández es la de un pueblo que busca la esperanza y rechaza el odio entre hermanos. Un pueblo de campesinos pobres y de soldados condenados a un triste y violento designio. Su voz es la del pueblo y, por supuesto, la de la verdadera poesía.
La palabra poética puede tener una utilidad, como posteriormente recordase Gabriel Celaya con su ya célebre composición “[La poesía es un arma cargada de futuro]”. Miguel Hernández pertenece a esa estirpe de poetas que sufren el mundo que les rodea, no son sólo poetas por y para la pura palabra (“arte por el arte”) sino que la palabra nace por y para el pueblo. Así lo reflejó en algunos de sus libros como en “Viento del pueblo” o “El hombre acecha”.
Excepcionalmente fue musicado el poeta por Joan Manuel Serrat, quien también homenajease magistralmente a otro poeta del pueblo, Antonio Machado. La poesía, como la música sólo se descifra desde el alma sensible que la bebe. Aquella conjunción de música y poesía no se ha visto envejecida por el tiempo, sino que sigue igual de viva porque el talento poético de uno y el talento musical de otro se unen a la perfección. Y es que la poesía y la música son acaso una misma cosa, y cuando ellas cantan lo eterno, como la libertad, el amor, la vida o la muerte, esas armonías brotan sublimes y cargadas siempre de futuro.
Recordar a este poeta nos sirve para preguntarnos acerca de la utilidad social de la poesía, algo por lo que se preguntaron y defendieron los poetas del 50 como el ya citado Celaya, José Hierro, Ángel González o Blas de Otero. Un tema, sin duda, complejo, que no trataré, por tanto, de resolver, por la misma imposibilidad de ello. Pero sí que cabe sacar, acaso, una conclusión que debe ser cierta. Y es que, no importa cuál sea el tema de la poesía siempre que el verso esté dotado de verdad y belleza. Siempre que la palabra sea lo que quede, en su belleza formal y léxica, en su ritmo, dimensiones de significados, etc.
Lo esencial es la palabra, y el poeta deberá luchar para no perderla, “si he perdido la voz en la maleza, / me queda la palabra”, escribió Blas de Otero. A Miguel Hernández nunca le arrebataron la palabra, a pesar de que el Obispo de Orihuela le pidió que se retractase de su obra, en cuanto a su contenido socio-político, pero él, incluso pudiendo salvarse de la cárcel, nunca se retractó de ello, muriendo enfermo, en pésimas condiciones, con tan solo 32 años.
Nos queda su poesía, ella no muere, no la pudieron matar las guerras ni la indolencia. Una poesía que canta al amor, a la naturaleza, a la vida, a la libertad… Así, nos lo dice el poeta: “Llego con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida.” Porque, posiblemente, esos sean los únicos temas de los que realmente habla siempre la poesía. Y, a pesar, de todo, de la muerte, del odio, las guerras, el dolor… la poesía nunca dejará de ser un verdadero y profundo aliento de consuelo. Y, por supuesto, nadie podrá borrar su voz, aquella que exclamó: “Dejadme la esperanza”.
(Artículo publicado en el 'Periódico El Pueblo de Albacete', el jueves 25 de enero de 2007. José Manuel Martínez Sánchez©)
La poesía comprometida tiene en Miguel Hernández a uno de sus estandartes más vivaces. De sus viajes a Madrid aprendió que el mundo está rodeado de injusticias y de penas. Durante la Guerra Civil esa verdad se le presentó todavía más dolientemente auténtica. Así lo expresó en muchos de sus versos: “Tristes guerras / si no es amor la empresa. / Tristes. Tristes. / Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes. Tristes.”
La voz de Miguel Hernández es la de un pueblo que busca la esperanza y rechaza el odio entre hermanos. Un pueblo de campesinos pobres y de soldados condenados a un triste y violento designio. Su voz es la del pueblo y, por supuesto, la de la verdadera poesía.
La palabra poética puede tener una utilidad, como posteriormente recordase Gabriel Celaya con su ya célebre composición “[La poesía es un arma cargada de futuro]”. Miguel Hernández pertenece a esa estirpe de poetas que sufren el mundo que les rodea, no son sólo poetas por y para la pura palabra (“arte por el arte”) sino que la palabra nace por y para el pueblo. Así lo reflejó en algunos de sus libros como en “Viento del pueblo” o “El hombre acecha”.
Excepcionalmente fue musicado el poeta por Joan Manuel Serrat, quien también homenajease magistralmente a otro poeta del pueblo, Antonio Machado. La poesía, como la música sólo se descifra desde el alma sensible que la bebe. Aquella conjunción de música y poesía no se ha visto envejecida por el tiempo, sino que sigue igual de viva porque el talento poético de uno y el talento musical de otro se unen a la perfección. Y es que la poesía y la música son acaso una misma cosa, y cuando ellas cantan lo eterno, como la libertad, el amor, la vida o la muerte, esas armonías brotan sublimes y cargadas siempre de futuro.
Recordar a este poeta nos sirve para preguntarnos acerca de la utilidad social de la poesía, algo por lo que se preguntaron y defendieron los poetas del 50 como el ya citado Celaya, José Hierro, Ángel González o Blas de Otero. Un tema, sin duda, complejo, que no trataré, por tanto, de resolver, por la misma imposibilidad de ello. Pero sí que cabe sacar, acaso, una conclusión que debe ser cierta. Y es que, no importa cuál sea el tema de la poesía siempre que el verso esté dotado de verdad y belleza. Siempre que la palabra sea lo que quede, en su belleza formal y léxica, en su ritmo, dimensiones de significados, etc.
Lo esencial es la palabra, y el poeta deberá luchar para no perderla, “si he perdido la voz en la maleza, / me queda la palabra”, escribió Blas de Otero. A Miguel Hernández nunca le arrebataron la palabra, a pesar de que el Obispo de Orihuela le pidió que se retractase de su obra, en cuanto a su contenido socio-político, pero él, incluso pudiendo salvarse de la cárcel, nunca se retractó de ello, muriendo enfermo, en pésimas condiciones, con tan solo 32 años.
Nos queda su poesía, ella no muere, no la pudieron matar las guerras ni la indolencia. Una poesía que canta al amor, a la naturaleza, a la vida, a la libertad… Así, nos lo dice el poeta: “Llego con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida.” Porque, posiblemente, esos sean los únicos temas de los que realmente habla siempre la poesía. Y, a pesar, de todo, de la muerte, del odio, las guerras, el dolor… la poesía nunca dejará de ser un verdadero y profundo aliento de consuelo. Y, por supuesto, nadie podrá borrar su voz, aquella que exclamó: “Dejadme la esperanza”.