La libertad no deja de ser
siempre un concepto necesario y polémico pues es difícil entender lo que
significa desde un punto de vista general. ¿Acaso, libertad es liberalismo, o
es, más bien, anarquismo? La esencia misma de la ciencia, como apuntaría
Feyerabend, es genuinamente anarquista, por eso Galileo se toparía con la
Iglesia, como Copérnico, Darwin y muchos otros. La ciencia descubre lo que está
ahí e inventa lo que puede estar ahí, dotada de un impulso reformador a medida
que nuestra capacidad de conocer se amplía. “Y conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres”, (Juan 8:32). El inconformismo ha generado nuestra
conciencia de libertad y la conciencia de libertad ha ido regenerando el inconformismo.
El ser humano se ha dado la medida de su libertad, inconsciente de ello, y la
masa dominada se domina a sí misma en su organización social, libre e impuesta
al mismo tiempo. Pero el deseo de adquirir libertades gana al deseo de
imponerse las cadenas. Ya lo escribió Chaucer: “Prohibidnos algo, y lo
desearemos”. Sin embargo, las cadenas a veces han sido auto-impuestas. “¡Vivan
las caenas!”, reclamaba una parte del pueblo español en
1814 pidiendo la vuelta del absolutista Fernando VII. El miedo a la libertad, parafraseando a Erich
Frömm, simboliza el problema radical al que el hombre moderno se enfrenta -que
necesita no verse subordinado por el propio sistema- donde la democracia
asegura esa utopía de la libertad individual materializada en su consecuencia
más significativa: el derecho a votar, y por tanto, a elegir su destino
histórico. Con cadenas o sin ellas, la vida sigue y a la libertad le acechan
sus amos. Esperemos que pueda salir airosa.
La Tribuna de Albacete, 29-6-2016