Tras la resaca de las elecciones
generales ha quedado todo revuelto, mostrando la diversidad que aglutina
nuestro país y que sugiere, sin duda, nuevas maneras de entender la política y
la gestión de un gobierno. Una manera, a mi entender, donde ya no prima el
pensamiento único ni el imponer a todos los españoles lo que ha votado una sola
mitad. El arte de la política consiste, y cada vez más, en saber lograr el
ensamblaje perfecto, tanto en la teoría como en la práctica, capaz de aglutinar
la voluntad de una mayoría. Y si eso no es posible desde un único partido –lo
que tampoco sería del todo deseable- es necesario que sean varios los que
consigan dialogar y entenderse, dejando las rencillas particulares, para unir y
no enfrentar, a los votantes respectivos que han confiado en ellos. Escuchar la
idea del otro e intentar sumarla –integrarla- no significa traicionar el propio
ideario, sino ser capaces de añadir flexibilidad a nuestro proyecto dejando que
otros puedan acompañarnos, otras voluntades populares, aunque no piensen como
nosotros. Es hora de que el orgullo individualista y endogámico se deje a un
lado, sabiendo mirar ampliamente y también de cerca a todos los españoles, pues
eso es gobernar para el pueblo, sin rechazar, sin condenar el pensamiento ajeno
solamente por llevar otras siglas. Evidentemente hay valores que uno no está
dispuesto a defender, pero entonces quizá debe plantearse si es capaz de
capitanear un equipo en el que todos cuentan. Y si no, y he ahí la grandeza de
la política y el liderazgo, es hora también de saber convencer, mover y
conmover a un pueblo que necesita urgentemente volver a hallar sus auténticos
valores robados.
La Tribuna de Albacete, 23-12-2015