La utopía es posible porque la
capacidad de soñar no se perderá mientras perdure el género humano. Un buen
gobernante ha de aspirar a un proyecto claro en el que se vean reflejadas las
voluntades de la mayoría. Pero esta mayoría debe saber lo que quiere, debe
dictar de alguna manera su destino a través de su acción participativa en la
sociedad. Una sociedad sana y sostenible
debe velar por su propio mantenimiento y negar con contundencia que se la trate
como un mero objetivo para el consumo y otros intereses del mercado. Hoy día,
lamentablemente –este es uno de los rasgos del capitalismo- un sinónimo para el
individuo es el de consumidor. En
realidad, la palabra individuo está
perdiendo su valor, el sujeto se está evaporando, está dejando de respirar ese
preciado valor conquistado por la modernidad y el humanismo llamado “individuo
libre”. El consumidor sólo tiene una característica: su nivel adquisitivo.
Difícil es saber hoy día, en esta crisis también –o sobre todo- de valores,
para quién se gobierna y para qué. Ese objetivo, ese proyecto social que el
humanismo aportó se está desintegrando hoy. No podemos pretender que un sistema
intoxicado de capitalismo nos siga ofreciendo todas las garantías a las que un
auténtico estado de bienestar aspira. Un sistema enfermo no sabe procurar
salud, su sino es degenerar, envilecer la igualdad, hiperbolizar las
desigualdades, jugar a la descarnada competencia. No hay otra cosa, no es otro
el mal, no es otro el germen del problema que el egoísmo, eso tan primario que
se bifurca con el tiempo en un sinfín de senderos. Esperemos pues, confío en
que sí, creamos en las utopías, que vengan pronto tiempos más generosos.
La Tribuna de Albacete, 19-08-2015