En
estos tiempos en los que muchos pueblos buscan su identidad a través de la
separación, observamos que unir no va a la par con reafirmar lo que uno es,
sino que solamente acentuando la diferencia, excluyendo en vez de integrar,
parece que se logra calmar esa sed de identidad. Pero a la larga sabemos que
esa actitud únicamente lleva a la exclusión social, a una especie de integrismo
que termina rechazando al otro, no por lo que es o cómo es, sino por lo que
ponga en unos papeles: bien sea su lugar de origen, nacionalidad, sexo, raza,
religión, etc. De esta manera el ser humano aprende a mirar al otro con recelo,
tratando de adivinar su ideología política, sus convicciones morales o
espirituales, para determinar si pertenece a su grupo o es un extraño que conviene
desterrar de sus vínculos sociales. Sin embargo, sabemos que las personas, por
encima de las diferencias, por su humanidad intrínseca, mantienen una necesidad
de unir en vez de apartar, de construir puentes que sean más grandes que ellas
mismas, antes que encerrarse en islas o guetos que las aíslen de los demás. El
sentido de protección, de miedo, de desconfianza o recelo, no debe prevalecer a
la hora de tender la mano, de ampliar nuestras fronteras y de crecer buscando
igualdad de condiciones y derechos, valores solidarios y mutuo respeto y
comprensión.
Por
esta razón creo que es posible luchar para favorecer la propia identidad
histórica o social al mismo tiempo que crecer en una amplitud de miras, con la
aspiración de encontrar en el otro, en el vecino, en quien vive y convive cerca
de nuestras fronteras o dentro de ellas, una aproximación sincera y un deseo de
defender unos mismos valores de grupo. Pues, como cantaran los hippies, y
tantos otros colectivos de mente abierta, solamente somos ciudadanos del mundo,
no tenemos otro lugar de nacimiento que el mismo planeta que nos acoge, ni otra
madre que la Tierra. Y para permitir que haya una interacción equilibrada con
el medio y con los otros, nada más que es posible hacerlo desde la comprensión
de que formamos parte de un mismo organismo, y todas las respuestas que demos
contribuirán a su evolución equilibrada si van en un sentido unitivo y
cooperativo, o a su decadencia si cada uno actúa de acuerdo a sus intereses
personales. Porque, como sucede con el llamado ‘efecto mariposa’, una acción
cualquiera, aunque parezca que no repercute en otra parte, puede desencadenar
sin embargo distintos efectos en otros lugares aparentemente no relacionados,
pongamos por caso en el tercer mundo, o por el denominado ‘cambio climático’.
Así
que, citando a Walt Whitman: “¡Arrancad los cerrojos de las puertas! ¡Arrancad
las puertas de los goznes! El que degrada a otro me degrada, y todo lo que se
dice o se hace vuelve a mí al fin!” Palabras de Whitman que podrían ser dichas
por este planeta nuestro que espera que -algún día no muy lejano- nos pongamos
de acuerdo en escucharlo, para cuidarlo y movernos en torno a él; y no moverlo
para que gire en torno nuestro. Y solamente hay un sentido en ese movimiento:
el de la naturaleza.
La Tribuna de Albacete, 14-05-2014