Es
difícil identificar los motivos que dan lugar a que el ser humano siga
infringiendo violencia, tanto a su misma especie como también al planeta que
habita. La especie humana genera problemas de comprensión al valorar la
complejidad de sus comportamientos, aquellos que se hacen visibles en sus
contradicciones más profundas. La evolución verdadera de los hombres debiera ir
unida a un descenso considerable del uso de la violencia, llegando –es posible
que suene a utopía- a su completa disolución. Sólo así pueden corresponderse
evolución e inteligencia, dos conceptos que se requieren mutuamente, dos ideas
que forman una sola y que habríamos de llamar ‘humanidad’, en su sentido más
coherente y exacto. En el Tao Te King se
nos recuerda que “cuando ganes una guerra, has de celebrarla haciendo duelo”.
Pues no es deseable ese medio y toda sabiduría, digna de llamarse sabiduría,
negará el camino de la guerra como medio para cualquier fin. Como señala
incluso el famoso tratado chino llamado El
arte de la guerra: “Es mejor ceder antes que luchar, y presentar batalla
sólo cuando no hay otra elección posible”. Gandhi iba más allá incluso,
adoptando la doctrina yóguica de ahimsa
(no-violencia), una resistencia pacífica como medio para un fin en sí mismo: la
paz. Ninguna guerra puede ser medio para la paz, es una gran contradicción, una
derrota del mutuo entendimiento, un motivo de dolor que no debe ser alimentado.
Las
guerras han sido, como la roca de Tántalo, una constante amenaza que ha
mantenido a la humanidad atemorizada, alejándola del sueño de una paz que se ha
tornado, en ocasiones, ajena a nuestra naturaleza. La violencia se ha logrado
imponer, dejando en entredicho al hombre y su capacidad de amar al prójimo y al
entorno en el que vive. Se ha dicho que no somos buenos por naturaleza, que hay
un gen egoísta que nos lleva a actuar de formas poco ejemplares. Pero intuimos
que eso no es así y la búsqueda de la paz también ha sido una constante. El ser
humano no ha hecho únicamente culto y uso de la violencia, también la ha
condenado, ha sabido hallar nuevos caminos alternativos para solucionar los
problemas, esto es, ha intentado llegar a acuerdos y se ha esforzado por
escuchar y dialogar, por confiar en sus semejantes en vez de desconfiar como
norma. Ha buscado colaborar en vez de dominar y explotar, ha aspirado a crecer
en comunidad en vez de buscar el máximo beneficio a costa de una actitud nociva
con los demás. El ser humano, a menudo, demuestra su humanidad. Y confiemos en
que siga así, si de verdad existe eso que llamamos evolución. Esperemos que
evolución sea equivalente de pacifismo, de buena voluntad en definitiva. Pues
no hay otro modo de crecer; no de ganar más, no de ser más ricos, no de incrementar
exponencialmente nuestra capacidad insaciable de poseer y consumir. Solamente
crecer, en el sentido que la vida ofrece, crecer para comprender, para
averiguar una forma de existencia que nos sea apetecible, coherente y sana. Una
vida que pueda sostenerse en valores comunes que nos unan, día a día, en el
camino de la paz.
"La Tribuna" de Albacete, 28-08-2013