El amor es una rosa cuya emoción tratamos de repetir en su ausencia queriendo hacerla real pensando en ella, la necesidad de conquistar su olor, su forma, su belleza, es lo que nos lleva a reconstruir en la memoria una sensación cuya intensidad se eleva al impulso y placer que la motivó. Esa búsqueda quimérica conforma el espíritu romántico del individuo según la capacidad de idealización de una sensación que está ausente y sólo tenemos como instrumentos de restauración la memoria y la experiencia para reconocerla, darle forma y vida dentro de nosotros mismos. Cada uno recrea la visión de su propia rosa y la emoción que ante ese encuentro produjo el placer y el sentimiento de no dejar de olerla.
lunes, 27 de noviembre de 2006
Rosa
miércoles, 22 de noviembre de 2006
Vida fugaz
Pasa el tiempo y te consume,
lento, sin prisa, pero implacable.
Al cabo de los años, sólo un par, tal vez,
te observas al espejo y te sorprende
mirar a otra persona, otro rostro
un poco más amargo, de mirada
más lejana y menos viva.
Al cabo de los años descubres
que has cambiado,
que el tiempo no perdona
y que tu vida está más cerca
de la muerte.
Fuiste joven, lo sabes,
pero ahora todo se apaga,
va pasando el día,
y mañana otra vez el espejo
te devolverá la derrota
de tu rostro envejecido.
Pasa el tiempo y te consume,
lento, sin prisa, pero implacable.
lunes, 20 de noviembre de 2006
Reloj callado
LA LIBERTAD FRACASADA
La Historia nos sobrepasa, en sus sentidos y en sus sinsentidos. Un cambio de rumbo en la filosofía o en la ciencia, en definitiva, en las teorías del conocimiento, atestigua el progreso intelectual, que a través de un individuo, se confirma como la superación del propio ser contemporáneo. La ‘Teoría de la relatividad’ de Einstein marca un antes y después, no sólo en la ciencia sino en nuestra manera de concebir el mundo, por tanto, el progreso individual cristaliza, deviene, en progreso humano universal.
martes, 14 de noviembre de 2006
Incomprensión (3 variaciones de un mismo instante)
miércoles, 8 de noviembre de 2006
Capitalismo
Leer a Benjamin me conduce a un especial placer en las horas intempestivas que preceden al sueño de la noche. Las lecturas de madrugada casi siempre resultan tentadoras. La prosa de Benjamin encarna lo más puramente poético en el decir instantáneo de las cosas, cifrándolas en un devenir de tesis, síntesis y antítesis oportuno y relevante. Mediador de contextos necesarios de aclarar a la hora de establecer una comprensión adecuada del fenómeno que nos propone analizar, mediante pinceladas y soberbias relaciones de elementos atractivos para un estudio histórico-filosófico cualquier tema es susceptible de convertirse en panorámica a través del mirar benjaminiano, como, por ejemplo, la llegada de la modernidad en el siglo XIX, desde el centro mismo de todo este cosmos: París. En su genial texto “París, capital del siglo XIX” aparece desplegado todo ese pensamiento, casi como borrado en el tiempo, tal que si hubiera sido recompuesto por un especialista a partir de fragmentos encontrados.
En el texto de Benjamin aprendemos estas cosas, desde su complejidad llegamos a abordar, finalmente, la cuestión central: la formación del capitalismo. Esa especie de futurismo, que literariamente formularon Marinetti y otros, tuvo en el XIX un despliegue sensacional, sólo hemos de pensar en las locomotoras, la construcción de las máquinas, los nuevos medios de producción, los inacabables raíles de hierro de las locomotoras, el uso de vidrio como material de construcción. La “Arquitectura de cristal” de Scheebart, como nos sugiere Benjamin, “aparece en contextos de utopía”.
Pero ante el creciente desarrollo de la economía mundial, predicho por Saint-Simon y luego por los saintsimonianos, está la lucha de clases. No es de extrañar que durante las Exposiciones Universales, lugar que sirvió para la “entronización de la mercancía”, las delegaciones de obreros francesas defendieran sus intereses propiciando la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores de Marx.
Las Exposiciones Universales son el marco donde la mercancía adquiere un estatuto. El objeto, inorgánico, adquiere un sex-appeal, se vuelve fetiche, tanto en la moda como también en el arte. El dandi colecciona objetos y se disfraza, se maquilla de artificios, con el fin de mostrarse. Lo decorativo imprime una razón de ser, una identidad, y así llegamos a la, definida por Benjamin, “fantasmagoría de la cultura capitalista”.
Frente a la inmensidad de las Exposiciones Universales y dentro de ellas tenemos al hombre, al individuo, esto es, al hombre privado: el burgués. El último rey del Estado francés fue un burgués que servía a los burgueses. Luis Felipe será el prototipo de hombre privado que lleva los negocios de la burguesía. El hombre privado, dirá Benjamin, se proyecta en el interior, en su casa y en su oficina, logrando así su ansiado individualismo. El modernismo contribuirá a extremar la identidad mediante la decoración, tan importante, de interiores. El interior es donde el arte se refugia y también el individuo. El individuo deja sus huellas en el interior, y como veremos en las novelas detectivescas, a partir de Poe, el hombre privado, el burgués, será descubierto a través de las huellas que ha ido dejando. El burgués es el criminal en los relatos detectivescos y deja demasiadas huellas.
Para el hombre privado “su salón es una platea en el centro del mundo”. En nuestro tiempo, con la televisión, ese salón se convierte con más fuerza en centro neurálgico del mundo del hombre. La historia nos va dando el sentido. Nosotros solamente lo recomponemos, armamos el puzzle, como en el texto de Walter Benjamin. Posiblemente esta historia explique nuestro presente. Posiblemente dar con él sea como salir un poco de la caverna, pero inevitable será volver atrás, para no cegarnos, desconociendo de nosotros la imagen que el mundo implica que proyectemos. Porque salir del sistema equivale a dejar la caverna, a perder una identidad, pues no la veremos proyectada. Pero, como escribiera Borges: “¿Quién serás esta noche en el oscuro / sueño, del otro lado de su muro?”. Alguien y nadie. Posiblemente todos si ese sueño es el de la Historia, que a los ojos del profundo mirar, como el de Benjamin, promete ser iluminador, pero sin llegar a cegarnos.
José Manuel Martínez Sánchez
domingo, 5 de noviembre de 2006
Acerca de recitar un poema
miércoles, 1 de noviembre de 2006
Poema de amor
Podría escribir los versos más tristes esta noche, escribir,
por ejemplo, que mi vida sin ti ya no tiene sentido,
que fue un sueño nuestro amor y nuestra existencia.
Podría escribir que tu mirada hablaba desde lo secreto,
que el deseo apenas soportaba la espera, que una caricia
fue el principio del fin: pasión creciendo hacia su cima.
Pero podría también no escribir, dejar que las huellas
se disiparan en el tiempo y que jamás se supiera lo terrible.
Podría no escribir que vinieras y te fueras dulcemente,
desde el ocaso en que era plenitud tu presencia.
Podría no describir lo infinito de un beso en la madrugada,
tu suave tez recorriendo mi cuerpo anhelante, las horas
en que éramos ciega alianza en sagrada comunión.
Podría y no puedo describir ahora lo que se ha tornado
en tristeza de suspiros y en húmeda despedida.
Pudiera y no quiero desvelar la sombra de mis aspiraciones,
la exacta estela de tus brumas, las lágrimas prohibidas del adiós.
Pudiera pero no quiero hablar de ti. Amor.