sábado, 6 de agosto de 2016

Felicidad

Y va pasando la vida, cada día, haciéndonos ver que todo esefímero, reconociendo que el bien más preciado es el tiempo. Ni siquiera para un artista su obra le vale más que su tiempo, seguramente la cambiaría por unos instantes de prórroga para la dicha, por la posibilidad de un momento sublime y que guardar para toda la eternidad, como soñase Fausto. Cuando a Borges le preguntan por su pecado o remordimiento mayor, él dice con dulce sonrisa y gesto de humilde fatalidad: “no haber sido feliz”. Remordimiento que creció en él cuando murió su madre, pues hubiera querido –al menos- fingir ser feliz por la felicidad de ella. Lo escribe también en su soneto “El remordimiento”: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Aquí Borges refleja una de las cuestiones más espinosas para el ser humano, el no saber ser feliz. El gran remordimiento, quizá el único verdadero, que alguien pueda tener. Nuestra sociedad, en su conjunto, goza del mismo pecado, su infelicidad, pues muy a pesar de todos sus esfuerzos, de inventar objetos de consumo de todo tipo dirigidos a la consecución de múltiples placeres, nada material nunca puede satisfacer por completo al ser humano. Lo material es caduco y sustituible; y es precisamente aquello que posee alguna de esas cualidades lo que erróneamente juzgamos necesario y trascendente. El paso del tiempo nos va dando esas claves para ver lo esencial allí donde los sentidos primarios no alcanzan a verlo. Esas claves son la puerta de entrada al misterio de la vida, para ver que la respuesta, como cantase Dylan, “está flotando en el viento”, y que hemos de pararnos un instante, sólo un instante, para verla. 

La Tribuna de Albacete, 3-8-2016

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