miércoles, 17 de julio de 2013

Miedo y libertad


No sólo la violencia física es enemiga de la paz, sino que hay una violencia implícita muy reconocible para quien sea capaz de observar con cierta objetividad, y difícil de ver para quien vive completamente sometido a sus mandatos. Me refiero al miedo. Quienes son víctimas del miedo a menudo son incapaces de darse cuenta de que la mayoría de sus actos son guiados por esta emoción y que, por consiguiente, cuando uno es presa de ese estado emocional la expresión de los actos responde a dicho clímax patológico interior. Hay quien por miedo deja de actuar o quien lucha contra otros, hay quien se defiende, ataca o simplemente se paraliza.

Se dice que el miedo es un recurso adaptativo necesario, una emoción básica capaz de protegernos y de garantizar así nuestra supervivencia. Cuestión muy discutible y discutida. Lo que sí es cierto es que hoy día esta emoción se ha convertido en un mal social ampliamente extendido, que otorga al poder una ventaja: dominar a un pueblo paralizado, atemorizado por unas circunstancias presentes aparentemente determinantes. Y sabemos que el origen de las revoluciones ha venido de una superación de ese miedo, de una liberación masiva que ha permitido el cambio, la recuperación de unos derechos progresivamente usurpados ante el silencio e indiferencia de un pueblo pasivo por temor a las consecuencias de la acción, pues, como escribiera Kant: “Quien tiene una vez el poder en las manos no se dejará prescribir leyes por el pueblo”, ya que supondría renunciar a las leyes de gobierno y control que el Estado ha dictado. Se crea, de esta manera, un conflicto, propio de una situación de dominación. El miedo y la pasividad resultante, en este caso, parecerían ser los mejores medios de supervivencia para la sociedad gobernada, con el fin de no despertar la ira del Estado, portador de ejércitos y de armas sin fin, pero, sin duda, a la larga, esta actitud iría contra sí misma, al negar la posibilidad de su libertad.

Si revolucionarios como Dolores Ibarruri o Ernesto Guevara fueron capaces de pronunciar aquellas famosas palabras que decían que preferían morir de pie a vivir de rodillas, y donde la historia nos da la razón en que el progreso social ha sido posible gracias al valor del pueblo, a su no sumisión, a su madurez y voluntad de expresión…, podemos afirmar que el camino de la paz requiere valor y confianza, una fuerza capaz de desterrar todo miedo y una legítima convicción natural en el bien común capaz de guiar esa fuerza en la consecución de nuestras acciones, para el pueblo y con el pueblo, logrando, en palabras de Kant: la “unidad colectiva de la voluntad unificada”. Pues no hay otra forma de justicia. Pero no por indiferencia o temor, sino por apasionado sentido de la libertad y de la igualdad humanas. Y quien cae con valor, como sentenció Séneca: “si cae, lucha de rodillas”, y bien puede que haya caído en el empeño, pero no ha sido vencido; y un nuevo camino se abrirá tras él.

La Tribuna de Albacete, 17-07-2013

jueves, 4 de julio de 2013

Conciencia social

Hoy en día se ha insertado en la sociedad de manera determinante aquella máxima de Hobbes que afirma que “el hombre es un lobo para el hombre”, refrán ya perteneciente al código moderno de convivencia del mundo en que vivimos, donde la competitividad y la pérdida de las señas individuales de identidad han configurado un sistema de relaciones que ha menguado nuestro sentido de la solidaridad, por el temor hacia el otro y por el concepto de lucha social como medio de supervivencia y de progreso material. Pero no hay progreso sin humanidad, en el sentido total de la palabra. No hay progreso sin personas capaces de construir un mundo en el que sea posible vivir en concordia e igualdad. Los políticos tienen una responsabilidad importante, pero es también responsabilidad del ciudadano el no permitir la tiranía del político. Y somos responsables en estos momentos de no asumir, precisamente, el poder que se nos ha otorgado como entes con voluntad y decisión propia. No ejercer la libertad que como individuos podemos portar y entronizar, supone negarnos a nosotros mismos. El camino, sin embargo, no es la política, no es el juego de siempre, ese que consiste en mandar sin el pueblo habiendo hecho previamente la promesa de que todo era para el pueblo. Como expresó Max Weber: “Quien busca la salvación de su alma y la de los demás que no la busque por el camino de la política.” Y añade, “el genio o demonio de la política vive en tensión interna con el dios del amor”. El ser humano necesita aprender a vivir, a pensar y a organizarse, como comunidad, a ser capaz de funcionar como organismo, como cuerpo social integralmente actuando, solidariamente participando, creciendo de manera saludable, expresando de forma respetuosa, escuchando, sumando, aportando…
La política, tal y como hoy la experimentamos y concebimos, no es el medio idóneo de organización social, pues las decisiones las ha de tomar el pueblo en su quehacer cotidiano, en su modo de vida, en sus espacios de convivencia. Sólo así nos dejaremos de sentir sujetos pasivos, marionetas de un sistema, y podremos pasar a formar parte de él, cooperando y operando en el progreso de la sociedad. A esto es a lo que llamamos “conciencia social”, a una forma de entender el mundo como sujetos agentes, como voces necesarias, como elementos integrantes capaces de ejercer acciones mediante nuevos modos de convivencia participativa. Este ideal sólo podrá ir realizándose conforme el ser humano vaya sintiendo la globalidad: lo externo y al otro como una parte sí mismo; aludiendo a Jesucristo, cuando el prójimo nos importe tanto como nosotros y cuando seamos capaces de dirigirnos hacia un compartir innato, más que hacia un autoabastecimiento de las propias necesidades individuales o estrechamente familiares. La familia –como la política- va más allá de un círculo cerrado de congéneres, la familia se amplia en nuestra propia especie y más allá de ella incluso. Somos hijos de la tierra y del universo todo, y siendo conscientes de ello sabremos cuidar de nuestra herencia vital creciendo como una globalidad inteligente dispuesta a avanzar con firme voluntad de entendimiento. Confiemos y trabajemos pues por que así sea.

"La Tribuna" de Albacete, 4-7-2013

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