martes, 26 de marzo de 2013

El Dorado


Afirmaba Darwin que la supervivencia de las especies depende de su capacidad de adaptación al medio en el que viven. El mundo está en un constante cambio y por ello es puesta cada día a prueba nuestra capacidad de adaptación. Si no sabemos integrar en nuestro organismo los nuevos ritmos de la vida, la salud puede verse puesta en peligro sobre todo cuando creamos una resistencia en vez de una apertura y receptividad tanto a los estímulos internos como a los externos. La sociedad necesita esta apertura para poder progresar. Una mente limitada restringe nuestras propias capacidades. Toda creencia ha de ser revaluada cada cierto tiempo, en busca de nuevos paradigmas que nos aporten una visión más amplia del fenómeno. Por ejemplo, la teoría de la gravedad describe una realidad observada que puede comprobarse cada vez que dejamos o vemos caer una manzana al suelo, como observó Newton. Pero hemos de tener en cuenta también que una creencia influye en la observación y en cierta medida en la realidad, esto es, contribuye a crear la realidad. Una creencia rígida e inalterable sobre la ley de la gravedad implica que añadamos más ‘gravedad’ al fenómeno. Quizá, si olvidamos esta ley y miramos por vez primera el fenómeno, adaptándonos a los cambios de la naturaleza, es posible que la manzana en vez de caer al suelo, flote o suba a los cielos. En muchas ocasiones, por no decir siempre, es la mente la que dirige el fenómeno, y ha de ser una labor necesaria para todos aprender a desaprender, a no condicionar ni manipular la realidad si de verdad queremos ver la realidad tal cual es. Este es el primer deber que la ciencia tiene que ir aceptando de una manera absoluta, si quiere adaptarse al medio que pretende conocer. 

La sociedad está intrínsecamente implicada en toda esta fluctuación de la vida, porque como especie que habita y se desarrolla históricamente en su medio, tiene una doble labor. Por un lado ser capaz de fluir con el ambiente en que vive de la manera más natural posible y, por otro, que viene a ser lo mismo, tratar de tomar conciencia de su función en el mundo y evaluar hasta qué punto se ha separado de unas leyes de la naturaleza que rigen a todos los seres vivos del planeta y que parece que, en nuestro caso, no es así. Realmente la función principal sería la de tomar conciencia, la de investigar sinceramente qué estamos haciendo como especie en el mundo, qué papel estamos jugando verdaderamente. ¿Estamos contribuyendo a mejorar el planeta o a destruirlo sin dilación? ¿Estamos colaborando globalmente o estamos jugando a mejorarnos individualmente, generando de esta manera un egoísmo desmesurado que pone en peligro las leyes de la naturaleza, sus recursos y energías? ¿Es esta lucha materialista de los individuos una actitud acertada o, de lo contrario, un comportamiento autodestructivo para no sólo nuestra especie, sino para todas las que pueblan el planeta y para el planeta en sí mismo? ¿Somos amigos o enemigos de nuestro propio medio y hogar que nos acoge? Y, finalmente, ¿tenemos un plan de ruta marcado para mejorar la situación o ni siquiera consideramos que haya una situación que mejorar, más allá de una crisis económica que esperemos pase y vuelta a empezar? Es decir, ¿consideramos que el problema es que el materialismo no es el camino o simplemente estamos esperando nuevas maneras de apretar los tornillos a la maquinaria para seguir sacando lingotes de oro de un planeta extenuado y asfixiado? ¿Somos verdaderamente conscientes de todo esto o jugamos a no adaptarnos a los cambios y a mirar para otro lado mientras podamos sacar algún partido a la mina de oro de la tierra? 

El oro se parece al sol, por eso nos gusta tanto. Creemos que es luz hecha materia, como el dinero, y que esta luz nos da poder infinito. Pero el reflejo no es la realidad. Y lo que el sol refleja, la materia, tiene un mensaje mucho mayor que ofrecernos que simplemente usarlo como moneda de cambio de deseos y ambiciones mundanas. La vida es una fuente inagotable de riqueza. Nadie necesita acumular monedas de oro cuando puede ver el sol directamente, nadie necesita soñar con poseer estrellas o pasarse el día contándolas cuando simplemente puede mirarlas y sonreír por su belleza y misterio, por su fugacidad inocente y eterna. Quizá hoy sólo sea necesaria una cosa, o, más que necesaria, vital. Necesariamente vital. Y creo que vendría muy bien hacerlo. Veamos, al caer la tarde, la puesta de sol.


Diario La Verdad, 24-03-2013

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