domingo, 20 de mayo de 2012

Construyendo ideales


A menudo se dice con acierto que la crisis actual es una crisis de valores, un estado de confusión cívica y ética que nos ha llevado al precipicio de nuestras aspiraciones, cuando ya no quedan más vueltas de tuerca que dar –se agotan los recursos y las soluciones- y muchos gobernantes suplican a los cielos que la bolsa se despierte de buen humor y que la prima de riesgo no suba demasiado. Datos, estadísticas, análisis de valores bursátiles… y un largo etcétera que se traduce en un desasosiego capaz de dar náuseas al mismísimo Sartre o de inspirar graves relatos de terror al romántico Poe. En este desasosiego global cabe remarcar algunas notas para la reflexión, empezando por subrayar el carácter de estas consideraciones, que han de tomarse como una invitación al análisis de conciencia, no de la ajena, sino de la propia. Si uno quiere asumir con honestidad su papel en esta sociedad, la voz y el voto que verdaderamente estaría dispuesto a protagonizar, considero que se debe abordar la cuestión en primera persona. Lo interesante de esta oportunidad para lanzar una mirada crítica es el camino que abre, las puertas que quedan abiertas cuando uno ve la inutilidad de mantener viejas convicciones. Veámonos como los gobernantes, no como los gobernados. Retomemos la conciencia de ser el timón de esta sociedad; y sólo así nadie será capaz de manipularnos.

La utopía es posible porque la capacidad de soñar no se perderá mientras perdure el género humano. Un buen gobernante no ha de vivir al día tratando de salvar los trastos de su casa, sino que ha de aspirar a un proyecto claro en el que se vean reflejadas las voluntades de la mayoría. Pero esta mayoría debe saber lo que quiere, debe dictar de alguna manera su destino a través de su acción participativa en la sociedad. Una sociedad sana y “sostenible” debe velar por su propio mantenimiento y negar con contundencia que se la trate como un mero objetivo para el consumo y otros intereses de mercado. Hoy día el sinónimo más parecido para el individuo es el de “consumidor”. En realidad, la palabra “individuo” está perdiendo su valor, el sujeto se está evaporando, está dejando de respirar ese preciado valor conquistado por la modernidad y el humanismo llamado “individuo libre”. El consumidor-objeto sólo tiene una característica: su nivel adquisitivo. Difícil es saber hoy día para quién se gobierna y para qué. Ese objetivo, ese proyecto social que el humanismo aportó se está desintegrando hoy. No podemos pretender que un sistema degenerado, altamente tóxico, intoxicado de capitalismo, nos siga ofreciendo todas las garantías a las que un auténtico estado de bienestar aspira. Un sistema enfermo no sabe procurar salud, su sino es degenerar, envilecer la igualdad, hiperbolizar las desigualdades, subir al trono a los agraciados por su buena fortuna en el juego inhumano del capital y la descarnada competencia, y exprimir al unísono a los que han sido descalificados –incluso antes de empezar a jugar- de la primera división de la lucha por el poder. Pero en todo esto el drama es cómo está estructurado el asunto, es decir, la trama de codicia y vanidad que pervierte todo sistema, llámese democrático, socialista o republicano. No hay otra cosa, no es otro el mal, no es otro el germen del problema que el egoísmo, eso tan primario que en los adultos crece y se bifurca con el tiempo en un sinfín de senderos de una complejidad psicológica que Freud ni siquiera sabría desentrañar.

Ya Tomás Moro, autor de la obra “Utopía”, en el siglo XVI, escribió: "Así, cuando miro esas repúblicas que hoy día florecen por todas partes, no veo en ellas - ¡Dios me perdone! - sino la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de la república. Imaginan e inventan toda suerte de artificios para conservar, sin miedo a perderlas, todas las cosas de que se han apropiado con malas artes, y también para abusar de los pobres pagándoles por su trabajo tan poco dinero como pueden. Y cuando los ricos han decretado que tales invenciones se lleven a efecto en beneficio de la comunidad, es decir, también de los pobres, enseguida se convierten en leyes." Esta consideración crítica, tan contemporánea, nos sirve hoy día para ilustrar el estado de la cuestión. Necesitamos, por tanto, aclarar ideales, propósitos, saber qué proyecto podemos poner en común si no queremos que esta sociedad continúe sosteniéndose bajo la sombra virtual de un tablero que se juega en los grandes mercados y que nos deja todos los días fuera de juego, excluidos de nuestro destino, con los brazos cruzados frente al televisor de la impuesta pasividad. Pero no son los gobernantes –en estos momentos- quienes tienen la palabra, sino los gobernados, y ellos, nosotros, somos los que hemos de decir, una y otra vez hasta retomar el protagonismo, lo que queremos hacer con nuestras vidas. Para ello esta sociedad necesita cultivar su futuro desde las más hondas raíces con un pensamiento libre, colectivo, que funde nuevos valores y quizá, el día de mañana, genere legítimos gobernantes no inspirados por la ambición de poder personal sino por el espíritu “democrático” de servir a sus semejantes, de luchar por un futuro que incluya y no excluya, que perdure ilusionándose con metas que reúnan todos los ingredientes que el hombre es capaz de desarrollar en sus múltiples facetas. No vinimos a esta tierra únicamente para enterrarnos en ella, sino para poder mirar al cielo y descubrir que hay alturas reales en nuestros sueños.


Diario La Verdad, 20 de mayo de 2012

domingo, 6 de mayo de 2012

Lo esencial es invisible a los ojos


Cuando era pequeño había un libro fundamental en mi vida que comprendía perfectamente, era "El Principito", de Antoine de Saint-Exupéry. Todavía hoy sigue siendo mi libro clave, esa obra que uno se llevaría a una isla desierta para leer y releer continuamente en los momentos de hastiada soledad. Hay instantes en los que uno siente el deseo de volver a reencontrarse con el principito para hallar en uno mismo lo más puro e inocente, y así asegurarse de que no ha muerto del todo. En estos tiempos en que parece que vagamos exhaustos por un desierto casi sin fin, reconforta saber que a pesar de esa aparente soledad, brilla en sus dunas un silencio maravilloso que lo hace resplandecer. Como advierte el pequeño príncipe, lo que embellece al desierto es que en algún lugar esconde un pozo. Un pozo de agua para saciar la sed que el incasable recorrido de la vida va reclamando, porque el agua es también buena para el corazón.

En esta obra "infantil", aunque apta para los que aún sientan -o quieran revivir- a ese niño que somos por encima de todo, el mundo de los adultos resulta incomprensible al principito, ¡cómo no iba a serlo!, y en sus diferentes encuentros con las personas mayores él les hace las preguntas más sencillas, pero son ésas precisamente las que son incapaces de responder. ¿Por qué vivimos buscando algo siempre, insaciables? El principito no entiende cómo en un campo pueden plantarse cinco mil rosas cuando solamente una puede ser la razón de nuestra dicha y tampoco entiende por qué las rosas fabrican espinas si nos les sirve de mucho para defenderse de este mundo, pues en cualquier momento un cordero puede pasar por allí y pisarla o comérsela. Sin embargo, lo que realmente no llega a entender e incluso se exaspera por ello, es como a los adultos estas cosas interesan poco cuando son lo verdaderamente importante.

Cuando el principito se encuentra con el zorro, éste le pide que le domestique y le hace saber la utilidad de hacerlo, pues con ello, dice, se van creando lazos, poco a poco. Por eso, le explica el zorro, el joven príncipe ama tanto a su rosa, con la que vive en su planeta y a la que ha dedicado tanto tiempo, y por ello es responsabilidad suya cuidarla. "Eres responsable de tu rosa", le dice. Y, ciertamente, todos somos responsables de nosotros mismos, de cuidar a ese niño que ve sólo desde el corazón -con los ojos invisibles del alma- y, por ello, es capaz de contemplar el mundo con mirada nueva cada día, con bondad ingenua y una incansable curiosidad por las cosas importantes de la vida. Esas cosas importantes, le explica así el zorro, son invisibles, pues "lo esencial es invisible a los ojos". Y, sin duda, lleva toda la razón, nadie conoce el secreto de esta vida, pero todos estamos aquí por ese secreto; nadie sabe qué hace uno en medio del desierto, extenuado y sediento, pero le mantiene en pie ese secreto que parece ocultar el territorio, ese pozo de agua en alguna parte.

Hoy día, todos nosotros, necesitamos albergar con firme convicción la esperanza de que, a pesar de las sombras, hay una luz misteriosa que da sentido y unidad a todas las cosas. Quizá no sean buenos tiempos, quizá nos dediquemos demasiado a cosas de adultos... a acumular flores sin ser conscientes de la belleza de una sola. Quizá la felicidad, nos vamos dando cuenta, no está esperando mañana, está presente hoy, por la única razón de que hay en nosotros un corazón latiendo. Sin embargo, y es lícito, amamos la esperanza, amamos mirar el cielo descubriendo en las estrellas ese latido esencial que brilla en nuestros corazones, anhelamos sentir amor y recordar a los seres que amamos cuando contemplamos una estrella, notando estremecidos que su luz todavía parpadea allí, en la mágica lejanía de sus ámbitos celestes. Hay algo que dice el principito que me dejó estremecido, mudo por unos instantes. "Las estrellas son bellas por una flor que no se ve". Y es, precisamente, esa flor invisible, lo que nos mantiene atentos, niños ante la vida, curiosos ante los parpadeares senderos de estrellas del cielo nocturno. Es esa flor que no se ve lo que nos invita a sembrarla cada día en el corazón, a protegerla, a regarla con agua para que crezca. Somos responsables de nuestro mundo, de nosotros y de esa flor que no se ve y por la que todo es bello sin embargo; pues, "lo esencial es invisible a los ojos".

Diario La Verdad, 6 de mayo de 2012

jueves, 3 de mayo de 2012

El principio de la utopía

El principio de la utopía comienza en el instante en que nuestros actos son pasos firmes hacia los más justos ideales. El ideal se hace realidad. Haz lo que tú corazón te señale con la luz generosa del amor, entonces la utopía habrá comenzado. Todos somos partícipes, autores, ahora, del cambio por un mundo nuevo, hecho de nosotros, de lo más auténtico nuestro.

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