domingo, 28 de agosto de 2011

Pensar el futuro

Tal como hoy está el mundo, pensar en el futuro -en uno muy lejano- puede sonar a ironía; pues si es evidente lo difícil que resulta convivir en el presente, cuánto no lo será dentro de unas décadas o siglos. Esta sociedad del día de hoy, regida de modo demente por la economía, por esa ley del ‘máximo beneficio’ que ha precipitado al hombre a desocupar las tierras de la cordura, apenas tiene perspectiva desde la que divisar un horizonte distinto al que hoy amenaza la posibilidad de un futuro sostenible para la humanidad. Pensar en el futuro es, como decimos, una extraña ironía que pone en tela de juicio los valores y estructura organizativa de nuestro presente. Por tanto, se ve que no hay otro modo de imaginar el paraíso de mañana que no sea el desterrar de él las causas que han dado lugar al infierno de hoy, lo que conllevaría a borrar toda la historia del tirón. Eduardo Galeano, en memorable artículo, escribe lo siguiente: “El 12 de octubre de 1492 América descubrió el capitalismo. Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe. En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra ‘oro’ y 51 veces la palabra ‘Dios’ o ‘Nuestro Señor’. Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas playas y el 27 de noviembre profetizó: "Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas". Y en eso no se equivocó.” Probablemente a partir de entonces las cosas fueron muy deprisa. España conquistó, explotó y aniquiló lo indecible y aquel continente ya nunca volvió a ser el mismo. Todo el mundo ya ha sentido los colmillos del capitalismo, de ese lobo para el hombre que nunca se queda satisfecho, de ese valor al que tanta sacra importancia se le da: el dinero. Un invento para la convivencia que ya es el eje y motor, sentido y referencia, de la misma.

Una forma sostenible de mirar al futuro –como hacemos notar- pasaría por plantearlo como algo tajantemente distinto al presente. Estaríamos ante un ejercicio no tan difícil -en el fondo- que consistiría en hacer exactamente lo contrario de lo que siempre se ha hecho. Ciertamente, este planteamiento es exagerado, pues muchos dirían que han quedado numerosos ejemplos que ayudarían a elaborar un mundo mejor, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos o las obras de Platón. Y no cabe duda de que esas semillas han levantado algunas buenas flores. Pero, viendo los resultados que han dado, que sí, han sido, si lo miramos bien: muchos; sin embargo, suponiendo que el tiempo no jugase a nuestro favor y la posibilidad de un futuro para la humanidad fuera inminente, harían falta planteamientos mucho más eficaces, prácticos, en definitiva. Y una carta con buenas intenciones no es garantía de nada hoy en día. A esta sociedad nuestra le ha faltado siempre algo que ha sido su talón de Aquiles, el vivir de acuerdo a los principios, muy loables en ocasiones, por los que ha luchado, como han sido el cristianismo o el comunismo, en sus raíces más genuinas (no confundir –claro está- con la Inquisición o con la dictadura estalinista, respectivamente). Debiera grabarse en el frontispicio de la memoria de Occidente, para no olvidarlo en la forja de su futuro, aquella frase solemne de Alfred Adler: “Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos”. Esta proclama a la coherencia llega incluso a producir escalofríos cuando examinamos los momentos en la historia en los que el hombre –siempre animado para la lucha- iba dejando de lado los principios por los que luchaba hasta eliminarlos completamente: sirviéndose el banquete de la victoria, llenándose el estómago y dejando el espíritu vacío de valores.

No es pesimismo sino realismo esta visión crítica de la historia, como tampoco lo es la visión crítica del futuro. Si solamente dos condiciones necesarias se dieran. Primera: luchar por unos principios que supongan siempre el bien común de todos. Segunda: vivir de acuerdo con ellos. Nada más que esto, de cumplirse al pie de la letra, sin excepciones ni excusas, el futuro sería sencillamente ‘la edad del esplendor’. Cualquier utopía basada en principios por y para la dignidad del ser humano y su medio natural sería aceptable como lugar concreto de realidad. El futuro no existe, es únicamente una forma de proyectar realidades en la dimensión ilusoria del tiempo, pero –al menos- hacerlo, nos sirve para escandalizarnos un poco al mirar lo que se nos puede venir encima de seguir así. El futuro, en verdad, ya está aquí, pues todo depende de lo que hagamos ahora. ¿Cuáles son los principios por los que estamos dispuestos a luchar por considerar justos y necesarios para todos? Y lo que es más importante: ¿Estamos dispuestos –con total honestidad- a vivir de acuerdo con esos principios? De ser así, el futuro estará asegurado.
Diario La Verdad, 28/08/2011

domingo, 14 de agosto de 2011

Los tiempos están cambiando

Dicen que los tiempos están cambiando, que últimamente las cosas no van bien y que es hora de empezar a cambiar con los tiempos, pues no es otro nuestro cometido que fluir con la naturaleza y aprender a seguir su curso sin entorpecer el justo devenir de la sapiente vida. “Si creéis que vuestro tiempo / merece ser salvado, / entonces empezar a nadar / u os hundiréis como una piedra, / porque los tiempos están cambiando”. Estos versos, cantados por Bob Dylan hace unos cincuenta años, siguen todavía vigentes pues apuntan a la máxima vital más permanente: el cambio. La mutación que anunció el profético Dylan iba destinada a una joven generación que necesitaba más que nunca oír la frescura de una voz que era espejo de la suya. Millares de voces silenciadas por los tabúes de una sociedad dominada por unos valores conservadores que eran impuestos impidiendo que la juventud, los nuevos hijos de su tiempo, no tuvieran la oportunidad de hallar su propia voz con el consecuente peligro de verse obligados a aceptar y seguir unos destinos dictados por sus antecesores mediante reglas sociales rigurosamente escritas. Unos dirán que muchas cosas cambiaron y otros que pronto la marea se calmó. En cualquier caso, ningún tiempo pasado fue mejor y el presente exige una transformación sustancial, -no violenta, ni siquiera forzada- sino acorde a los nuevos susurros del ahora. Toda una mentalidad ha cambiado sin saber cómo, este es el milagro de lo vivo.

Todo evoluciona y esta nueva forma de pensar que hoy día se materializa entiende que las cosas, para que mejoren, no pueden seguir funcionando ya de la misma manera. Con el movimiento del 15-M ha habido multitud de controversia, empezando por justificar su existencia debido a la ‘gracia’ que los medios le confieren, y tratando de ridiculizar el movimiento designándolo como un “fenómeno mediático”, algo que suena a ‘boutade’ cuando no se está hablando de un partido de fútbol o de una actuación de Madonna, sino de un hecho social de necesario afloramiento que los medios habrían de considerar, con seriedad, un acto de “responsabilidad mediática” el servir como altavoz informativo. Las viejas maneras de pensar exigen a todo movimiento social unos líderes, unos claros objetivos programáticos, una estructura establecida… pero la virtud de lo nuevo trasciende lo que en directa comparación llámase ‘viejo’. No son necesarios los líderes, ni las grandes estructuras ‘políticas’, sino el único afán por una colaboración mutua y espontánea hacia la consecución diaria del bien común. La naturaleza renovadora de este movimiento y de cualquier otro verdaderamente transformador, se congelaría y moriría de súbito si se institucionalizara. Las cosas no están bien, pero depende de todos y de cada uno cambiarla. La historia nos ha demostrado que dejar ese trabajo a unos pocos no favorece lo más mínimo al conjunto y se forma una élite que, debido a sus privilegios de poder y decisión, por mero egoísmo, terminan haciéndose dueños y señores de lo que es de todos. ¡Parece que esto nos suena de algo! ¿Hablamos de la democracia actual? ¿De Occidente? ¿Del mundo capitalista e industrializado? ¿De las élites políticas, financieras, empresariales…? Creo que sí. Por esto el cambio ha de ser radical para no caer en los mismo errores del pasado. Y la única forma de cambiar hoy es resistir, no permitir que nuestras vidas sean meros “objetivos de ganancias” a ojos del gigante capitalista. Nosotros, por omisión, hemos entregado el poder a quien –en vez de usarlo para todos- lo ha hecho suyo, convirtiéndolo en un mero recurso de interés propio. Muchas ventajas obtenidas (como el ‘estado de bienestar’) se pueden venir abajo por la mala gestión de la confianza que dimos a esa élite egoísta.

Nos dicen que hay crisis, nos meten mucho miedo, pero los culpables siguen especulando en bolsa y no asumen su culpa. “Crear y recrear, transformar la situación, participar activamente en el proceso, eso es resistir.” (Foucault). Nuestro es el derecho y el deber de decir que las cosas no están bien y empezar a actuar. No es necesario saber exactamente qué hacer, sólo hacer algo ya es actuar. Participar en el proceso. Ganar conciencia social, atención verdadera hacia el otro y hacia la comunidad. Reconocer lo que es justo e injusto por nosotros mismos. Demostrar que a una sociedad no se la puede adormecer perpetuamente y que su naturaleza es estar viva, despierta para actuar, para declarar su indignación, para abogar por una libertad real, para entender la paz como el mejor medio con que hacer llegar un mensaje a lo más hondo de la conciencia y trabajar conjuntamente, solidariamente, honestamente, en definitiva, fiel a sí misma, a sus valores más legítimos y genuinos. Una sociedad es formada por individuos. Y el individuo se hace uno con la sociedad cuando se da cuenta de que el otro –en esencia y en definitiva- no es distinto a él. Si a todo esto, a esta declaración de cambio lo llamamos ‘rebeldía’ estaremos incurriendo en un gran error, en una paradoja. Pues la verdadera rebeldía es la de un sistema que carga diariamente contra sus individuos. Una sociedad rebelde es aquella que va contra su propia naturaleza y –por tanto- dirigirse hacia un cambio social justo no es rebeldía sino sentido común, razón y corazón, humanidad. Todo fluye, no hay necesidad de remar contracorriente; las aguas del río de la vida siempre se abren paso hacia delante.

(Diario "La Verdad", 14-08-2011)

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