jueves, 31 de marzo de 2011

El mar

No hay más segundo que este instante en que abrazamos el viento corriendo por la arena del paraíso, playa de esperanzas, entre sabor a sal y libertad. Somos marineros del cielo, divisando azules reflejos bajo el agua. La vida nos despierta con su sol de gloria. Paraíso de inocencia. Felicidad del momento. Es todo cuanto quiero. Hoy, ahora, hemos visto por vez primera el mar.

domingo, 27 de marzo de 2011

Las guerras interiores

Muchas son las dificultades de convivencia en una sociedad moderna, teniendo en cuenta la virtualización del ámbito público, donde la globalización ha generado la ilusión de intercomunicación entre todos los individuos con la llamada revolución de Internet y los medios audiovisuales, las redes sociales y este tipo de cosas. Pero el hombre de carne hueso se encuentra más aislado que nunca del común de los mortales, llegando escasamente al ámbito privado de la familia, amigos y compañeros de trabajo, un número que en muchas ocasiones pudiera contarse con los dedos de la mano. En una sociedad “de bienestar” el ámbito privado sirve de búnker para librarse de los peligros ajenos, para escapar de las diferencias inevitables y atrincherarse en los valores compartidos como escudo de defensa de aquello que antiguamente llamaríamos “bárbaros”, es decir, todos aquellos a los que no entendemos o nos negamos a entender y de los que diremos que solamente balbucean. El origen de los nacionalismos radicales y fundamentalismos varios sirve de ejemplo de esta hipérbole de lo íntimo y los conflictos mundiales armados suelen surgir de tales diferencias imposibles de aceptar, con razón o sin ella.

El “homo consumericus”, como denomina el filósofo Gilles Lipovetsky al hombre de nuestro siglo, ese ser consumista, hedonista y narcisista, preocupado solamente de sí, constituye el modelo de nuestro tiempo, la posmodernidad. El citado filósofo ha llamado a esta época que nos acontece la “segunda revolución individualista”, caracterizada por un creciente “hiperconsumismo” fruto de un “individualismo narcisista”. Si bien, entremos al mito, Narciso, insensible y engreído, rechazaba a todas sus enamoradas, el egocentrismo de nuestra sociedad niega la esfera pública por igual, insensible socialmente en su mayoría a problemas humanos fundamentales. A veces los motivos relacionados con el ocio pueden más que aquellos que deberían concienciar sensiblemente, unir y humanizar, en un país donde claramente podemos dudar de si a los ciudadanos les importa más los partidos Real Madrid-Barça que la actual situación de guerra en Libia o la tragedia de Japón. Esta insensibilidad, también llamada alienación, pone los pelos de punta. Eco fue rechazada por Narciso y ésta se consumió en cuerpo, dejando tras ella el eco del dolor en su voz repitiendo las sombras. Quizá la conciencia sea eco desoído, esa falta de caridad que nos deslegitima como humanos. Némesis castigó a Narciso a enamorarse de sí mismo, a través del reflejo de las aguas del río. La imposibilidad de colmar tal amor hacia su propia apariencia acabó con su vida y donde él yació, una flor brotó: el narciso. La falacia humana del egoísmo nos enfrenta con nuestras carencias interiores, invocándonos a sembrar una flor donde sólo hay estéril deseo, apetito de placer. Una flor que jamás podrá crecer en tales circunstancias.

Freud contrapuso Eros y Tánatos como una realidad biológica que la cultura y evolución pudieran resolver, encaminándose por el Eros, a través del cultivo de los “vínculos afectivos”, del amor en definitiva, de la identificación con el otro como uno mismo, eso que llamamos compasión. Así, nos explicó el padre del psicoanálisis, pudiera superarse el problema de las guerras. La “excusa biológica” de Freud fue que la orientación de determinadas fuerzas instintivas encaminadas hacia la destrucción es algo que “alivia al ser viviente”. Es innegable que la fuerza lóbrega de la violencia viene desde los orígenes de los tiempos y es acertado considerar que la evolución humana puede traer consigo su sensibilización y fraternidad, algo que venimos considerando un símbolo de cultura y civilización.

Hay, por tanto, una guerra interior que venimos librando con nosotros mismos desde hace mucho tiempo, la fuerza autodestructiva, por supervivencia, se ha liberado hacia el otro, pero el conflicto sigue empezando y terminando en cada uno. La posmodernidad ha traído consigo una desmesurada evasión y la cultura del consumo se ha proclamado como la feliz escapatoria de un mundo que apenas se soporta, que mira hacia fuera todo el rato buscándose a sí mismo, enamorándose de los reflejos que creen son su verdadero rostro. Apariencias a fin de cuentas que traen más guerras internas, en medio de un autoextrañamiento creciente que ubica fuera de órbita todo intento de conquistar unos valores genuinos. No se puede arreglar el mundo si el problema lo tenemos en casa, no se puede avanzar si continuamente hay algo que nos frena. Es agotador e improductivo remar contracorriente. Producir y consumir, frenéticamente, en busca de la felicidad. Saciarse hasta volver a estar hambrientos: triste eslogan el que llevamos a cuestas. Va siendo hora de despertar, de escuchar el eco que nos repite insistente: “conócete a ti mismo”. Este eco, esta voz de la conciencia, nos pide exclamatorio, por el bien nuestro, que miremos al otro como a uno mismo, para que juntos podamos construir, me niego a aceptar lo ingenuo de la petición, un mundo mejor.

Diario La Verdad, 27-03-2011

lunes, 21 de marzo de 2011

La tarde cualquiera

La Pulgosa - Albacete
¿Qué inaugura este silencio
en la tarde cualquiera?
Pide soñar el vacío,
volar en la nada,
sentir vibrante
el eco de un sonido
o la nube pasajera.
Pide ser solamente
la luz definitiva
de un claro encuentro
antes del claro olvido.
Pide ser memoria
en la noche,
luz en la sombra,
aire que amortigüe el vacío
de su grave caída.
Pide ser voz en el silencio
que calle y que vuele
al paso sonoro
de su quietud
constante.

domingo, 13 de marzo de 2011

Nuevos valores

Renovar los viejos valores, tener el ánimo de hallar nuevas visiones, exige desapego. Desapego que por inercia o por dependencia nos negamos a aceptar. Hay un mito griego muy interesante, el de Teseo y el Minotauro. En libre analogía, podríamos interpretar que los viejos valores representan a ese minotauro que habita en la sociedad (el laberinto) y cuyos habitantes arrojados allí no les queda otro destino que ser engullidos por la bestia. Con este ejemplo trataremos de dar explicación a lo inexplicable, esto es, a esa deriva de una sociedad que no deja de ser engullida por el consumo superfluo y demás intereses aberrantes. Una sociedad que apenas deja aire para respirar la libertad de ser uno mismo ni lugar para escapar de ese monstruo que a todos persigue en un laberinto sin escapatoria. Sin embargo, los nuevos valores tratan de oxigenar la podredumbre de lo antiguo, de disolver el mal, a la bestia. Para Teseo (cuyo nombre significa: “el que funda”), el héroe que lucharía contra el toro con cabeza de hombre (según Dante), la entrada al laberinto es inevitable y terminar con la bestia es la única forma de liberar de más engullimientos carnales a los que allí sean arrojados; y gracias a la ayuda de Ariadna (“la más pura”), simbolizando la paz y la verdad, que dará un ovillo de hilo a Teseo, éste podrá enfrentarse con la bestia –desenrollando el hilo bajo sus pasos- sin miedo a perderse en el regreso y salir del laberinto. Sin monstruo ya no hay necesidad de laberinto, el espacio queda abierto, los límites han sido trascendidos.

El hombre avanza al trascender sus limitaciones. Los viejos valores hacen vieja a una sociedad que necesita reavivarse, empezar de nuevo a mirar con ojos inocentes y creativos su realidad y su mundo. Todo renacimiento ordena lo que un mundo viejo y barroco agotó hasta la confusión y el absurdo, coleccionando todos sus residuos, tal que afectado por el “síndrome de Diógenes”, hasta llegar al excelso vómito de lo banal. Gracias al hilo de Ariadna, una vez tomado el valor de vencer a los viejos valores, salir es sencillo. Este mito nos indica que dentro del laberinto hay un monstruo (la mente, el egoísmo, la guerra interior y exterior), que el monstruo está en nosotros mismos, que tanto Teseo como el Minotauro nos habitan, los nuevos valores (Teseo) quieren sustituir a los antiguos (Minutauro). El primer paso para lograr tal renovación consiste en comprender que lo antiguo ya no sirve, que aquello en que creíamos (alimentar a un monstruo) y que nos era letal, no tiene razón de seguir siéndolo. Aquello que no nos hace felices es un obstáculo para la felicidad. No se trata de volver a llenar un tratado de nuevos valores, sino de despejar el camino y desterrar todo lo inservible. Esa es la tarea. Una moral auténtica trasciende los valores del bien y el mal, o como expresó Nietzsche: “Lo que se hace por amor se hace siempre más allá del bien y del mal”.

No olvidemos que todo lo que en un tiempo pasa por malo en otro tiempo puede ser visto como bueno (recordemos a los “herejes” Tommaso Campanella o Giordano Bruno), pero lo que uno atestigua como verdad intuida resonando en la lucidez de su corazón, será eternamente la verdad. No hay mayor referencia que uno mismo, aunque dejemos nuestro criterio y valores a manos del Gobierno, Google, televisión, críticos de arte, profesores, líderes religiosos, etc., nosotros siempre tenemos la última respuesta. No arrojemos nuestra conciencia siempre al otro para huir de nosotros mismos. Creer en uno mismo equivale a creer en el mundo, en su devenir positivo, en su crecimiento, y la tarea es de cada uno, cuando uno crece el mundo crece con él, pues “no hay hombre ni acción que no tenga su importancia” (Schopenhauer). La clave trágica del posmodernismo ha sido su hipérbole continuada de lo artificioso, donde bajo la melodía atronadora del capitalismo se ha necesitado más y más para llenar el vacío interior de unos valores perdidos que fueran en sintonía con el individuo. El canto ha sido desentonado, desproporcionado, fuera de ritmo.

El mito de la posmodernidad ha sido la ciencia, la ciencia del dinero, de las evidencias pragmáticas y utilitarias, de la infelicidad, del desencanto, del materialismo sacralizado. La ciencia ha deslegitimado todo aquello que se le escapaba: haciendo al hombre un esclavo de sus leyes y ‘progresos’. El intento de solución experimental de lo incomprensible: la insoportable alienación e infelicidad humana, ha de ir, sin duda, más allá de la fabricación de fármacos antidepresivos. Al no poder aceptar que la explicación de Dios todavía escapa a la mente humana, la ciencia ‘oficial’ ha escapado de Dios. La visión científica (aquella que solo legitima su visión) en vez de asumir su impotencia (y humildad) en ese saber, nos desea demostrar hoy que lo físico y empírico es la única religión (Dawkins, Hawking) y que allí no cabe Dios, pero sin embargo no puede obviar, en esta decadencia de la posmodernidad, tal vez incrédulos pero sofocados y algunos esperanzados, que el motor que mueve el mundo, ese espíritu imperceptible solo puede entenderse aceptando lo extraordinario e inexplicable como un nuevo valor a integrar, como ya apuntaron los científicos Niels Bohr, Max Planck o Werner Heisenberg. El hilo de Ariadna se encuentra con nosotros, solo hay seguirlo dejando que fluya el propio existir. “Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo”, sentenció Borges, siempre un hilo que nos regrese a nosotros mismos: a la raíz del sentido de todo. Los nuevos valores ya están aquí, representan la anatomía fiel de quien realmente somos.

Diario La Verdad, 13/03/2011

viernes, 11 de marzo de 2011

Los abandonados

Llueve en los rincones del alma.

¡Hay dentro tanta sequedad
esperando el amor!

Heladas gotas de lluvia
riegan el silencio
de las horas que pasan.

El mundo se hace una esponja de llanto.

El cielo gris agita la desolación.

Hoy llueve solo
en las esquinas de los abandonados:
los dejados a su suerte por un mundo
que pasa de largo, preocupado de sí,
de nadie.

Hay un puente en medio de la niebla,
detrás de los rascacielos y el griterío
de los automóviles. Hay un puente
que es la última esperanza.
Un puente hacia el abismo.

Allí van a parar, sin nada en los bolsillos,
entre sed y agonía,
los abandonados.

viernes, 4 de marzo de 2011

Tormenta deseante

El paraíso eran tus labios, curvado continente
donde los astros palpitan descubiertos.
Contorno, calidez de una hondura delimitada
por el ciego caudal de la carne. Presencia desbordada
como un río dominado por la tormenta,
abrazado al aire, a la espuma, al fragor
del abandono del tiempo. Delirio, existencia...
Canto de la luz sobre las aguas del cielo.

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