domingo, 30 de mayo de 2010

Poética desnuda

La tímida voz que sale de dentro
calla, palpita, teme y rueda hacia fuera
como un estremecer despojado en el temblor.
Voz que ahora no conoce las horas del silencio,
voz que marchita lo caduco y lo mece, extraviada.
Llega tarde a ninguna parte la voz de alguien
que no se oye y gime por no ser. Es su futuro
lo que pende en lo total, con el susto y la caricia
todavía anhelando el manto que no fue.
Tienes hambre de verso y de canción completa,
de vientre y paraíso, de luz y de oscuridad.
(El espacio vacío
no es silencio sino confusión,
caída sin rumbo,
paso sin deseo.)
Hay un corazón que niega ser llorado
porque el llanto hace más grande el tiempo
y lo deja solo y extenso y yerto.
Son palabras que dijiste al papel
y que ahora te desnudan
cuando no te queda nada y giras
tan vacío, tan vacío, que no te cabe lo lleno.
Tienes penumbras, pedazos de amor,
semillas cenicientas, labios rotos. Y todo lo guardas
en un triste papel.

miércoles, 26 de mayo de 2010

“De los poetas”, Nietzsche y Zaratustra

Nietzsche piensa –pensaba- que todos los dioses “son un símbolo de los poetas, un amaño de los poetas”, y que los poetas son narcisistas, mentirosos. Lo dijo su Zaratustra, su alter-poeta, su alter-super-yo. Quizá era necesario cargar contra ellos, debido a la sublimación romántica, pero sabemos que ante todo se esconde un profundo amor al poeta, pues si no carecería de amor a sí mismo, aunque esto también lo diga su Zaratustra: “La fe no me salva –dijo-. Y menos todavía la fe en mí mismo”. Cuánto amor se esconde en el rechazo, en el rencor, en la farsa insistente de castigar al “yo”. Cuánto amor mal amado.

Si el poeta cree que la naturaleza se ha enamorado de él cuando la oye y le susurra sus secretos, entonces, su creencia es un fundirse con la fe. Qué mayor fe que la naturaleza sola en el secreto, en el pasmo romántico de lo sublime, en la dicha inenarrable de la iluminación. Rimbaud “volaba con ímpetu” hasta la “queja”, con el ‘símbolo imperecedero’ de Goethe y que Zaratustra limita, como a lo inaccesible, cansado de que sea acontecimiento. Pero el propio Nietzsche sabe que todo es un decir, que nada es dogma de fe. Solamente juega, muy serio.

Dejando lo inaccesible sin abrir, las puertas serán las mismas, las siempre abiertas, las que todos ya sabemos abrir. El acontecimiento no es un símbolo, es justamente lo previo al símbolo, lo que hace que algo cambie y comience algo nuevo. La puerta entornada. Y, sin duda, desde esa perspectiva, todo es acontecimiento.

domingo, 23 de mayo de 2010

Mejor ciudad, mejor vida

“Mejor ciudad, mejor vida” es el lema de la Exposición Universal de Shanghai de 2010, la mayor de todas las celebradas hasta el momento, en un recinto de 520 hectáreas y con alrededor de 200 países participantes. Los números para esta ciudad son siempre una constatación desbordante, con sus más de 18 millones de habitantes o con sus tres torres de las seis más altas del planeta, además de poseer el mayor centro comercial y el mayor puente del mundo o el único tren de levitación magnética de alta velocidad que existe, es decir, que no toca el suelo. Con todo ello y mucho más, no es de extrañar que haya sido acogida esta urbe como sede de una exposición universal, al igual que en otros tiempos fueran París, Londres o Viena.

Del término ya exiguo “metrópoli” toca ahora hablar de “megalópolis”, un concepto que hace referencia a un lugar donde todo es un vértigo continuo y la tecnología alumbra la modernidad entre esferas de cristal y calles de olas de transeúntes sin rostro. Ya en “Poeta en Nueva York” Federico García Lorca se sintió “Asesinado por el cielo / entre las formas que van hacia la sierpe / y las formas que buscan el cristal”. Quizá ese lema que utiliza la Expo de Shanghai nos sugiere lo grandioso como forma de mejor vida, la masificación como espejo del progreso y “rostro” del individuo “modelo”, aquel que se pierde entre el gentío y que solamente parece existir en los confines de las redes sociales de Internet. Puede que con Internet la palabra escrita se revalorice más, ya que es la forma de comunicación que queda cuando la voz resulta absorbida por el ruido de los coches de la gran ciudad.

La realidad virtual tiene la ventaja de no competir tanto como lo hace la realidad material, y en cierta manera viene a suponer una liberación para el hombre y sus circunstancias. “Un hombre que come un alimento –escribe B. Russell- impide que otro lo coma, pero un hombre que escribe un poema o goce con él, no impide que otro hombre escriba otro poema tan bueno o mejor o goce con él”. Esa realidad del poema –que relacionamos con la virtual- consistiría en una especie de suspiro resultante de la otra vida, la del alimento, la material. Sin embargo, no existe escapatoria a la competición que nuestro sistema ha diseñado. Por ello, la mayoría de los videojuegos se basan en la competición, en la simulación de guerras, de vendedores y vencidos; incluso los deportes –también una aparente tregua recreativa- siguen esta premisa donde todos luchan por la medalla de oro, por la gloria, por el dinero o la fama. La competición es el deporte preferido de los hombres, ligados a la interdependencia pero buscando siempre separarse, diferenciarse, tener más, ser mejores.

Hay un juego para ordenador, mejor dicho, un “metaverso” en línea, que consiste en crear un avatar o una segunda vida (“Second Life” se llama, inspirado –por cierto- en una novela de Neal Stephenson: “Snow Crash”) desarrollándose en un mundo virtual, y que ha supuesto un ejemplo claro del anhelo humano de suspirar ante el tedio vital, en busca de la llamada por B. Russell: “vida individual”. Este filósofo nos recuerda que por encima de todo “deseamos una vida feliz, vigorosa y creadora”. La literatura es buena prueba de los intentos virtuales por ofrecer al mundo una realidad interior, paralela, en la que reina el goce estético, el ritmo del espíritu o la libertad metafórica que las palabras inventan y sueñan. Internet está funcionando en muchos sentidos como una realidad paralela, soñada por todos en interacción constante, superada día a día por la inventiva humana: “dando a una sombra cuerpo consistente”, como valorase Dante -en boca de Estacio- el arte de Virgilio, en su “Divina Comedia” (Purg. XXI. 136). Pero la vida primera es contundente, necesaria, presente; y la ciudad es la madriguera de los soñadores que salen y encienden el ordenador buscando mirar más allá de la caverna, acaso percibiendo un mundo ante ellos mejor que el que ofrece un tren que levita para llevarte a una oficina durante ocho horas al día y que te devuelve a un apartamento mínimo –al contrario que los puentes o las altas torres que disfrazan la tristeza urbana, simulando grandeza y mejor vida- con el famélico fin a las espaldas de dormir, comer y esperar a Godot tumbados frente a la tele. Y entonces aparece una puerta abierta, quizá una mejor vida, aunque sea virtual, que la que puede ofrecer la ciudad. Y el sueño comienza de nuevo, al abrir el libro, como en “La historia interminable”, con la esperanza de vencer a la Nada.

Diario La Verdad, 23/05/2010

lunes, 10 de mayo de 2010

Te busca la palabra

Reclama la paz del tiempo acariciar
con su amor lo abierto, llevando
deseosa claridad en ti, verbo latente.
Todo fuego se extingue en agua pura
que filtra pasión y la exime
con amorosa llaga de encuentro.
Filtras, purificas, amaneces…
con la luz clavada en el pecho
dulce lamento al cielo detenido.
Llegas al segundo sin forma
con la forma de lo alcanzado,
en pausa vívida, estentórea
señal del nacer sin nacimiento.
Tienes, posees, reclamas…
un hueco de luz para el mundo
que suene como lira callada flotando.
En tu silencio, la armonía
buscada, deseada en la forma sin fondo.
En tu palabra, el silencio
anhelado, seguido en el orbe imaginario
de tu devenir, espejo cóncavo de ti.
Murmullo, océano, rumor del viento
que estremece tus alas con el aire
y alza la materia al sin fin.
Te busca la palabra, el silencio
descifrado, la plena respuesta
del no decir.

domingo, 9 de mayo de 2010

Libertad en tiempos de crisis

El ser humano, libre en esencia, experimenta, con el capitalismo, la urgencia de su libertad. El mundo nuestro, llamado moderno o posmoderno, heredero del concepto de libertad reivindicado y puesto en práctica con gran empuje en los últimos siglos, se ve a menudo inmerso en la agobiante responsabilidad que infringe la pregunta de qué hacer con la libertad conquistada. Mientras muchos no terminan de creerse todavía que exista realmente esa ‘libertad’, alegando que las sociedades son todavía esclavas del propio sistema, gobernado por unos pocos en los cuales reside la soberanía económica, otros tantos se conforman con la limosna de una libertad ejercida con más esfuerzo que placer. Y más allá de todo eso, lo cierto es que el tiempo, la fracción necesaria para ejercer la vida, parece estar sometido a unas circunstancias que determinan las formas y elecciones que uno puede ir adoptando en su discurrir personal. Todo subsiste sometido a esa urgencia antes citada, a una especie de incertidumbre que no deja lugar para el sosiego, enredados en un juego que no permite descanso si se desea seguir en él sin quedar eliminados.

Grecia sufre desde un tiempo –más que nadie, en nuestro mundo occidental- las calamidades que acarrea una terrible crisis económica, poniendo en evidencia toda la sostenibilidad de un sistema, de un pueblo. Y no sólo en ellos –aunque lo viven de forma directa- reside el desasosiego, sino en el propio sistema capitalista occidental. El hecho indiscutible de la globalización reporta una virtual desaparición de las fronteras que nos hace vivir muy de cerca los problemas que acontecen relativamente lejos, lo que sin duda hace del sistema que se torne mucho más frágil, sujeto a contratiempos y noticias de última hora que perturban la estabilidad de las naciones, especialmente en sus relaciones económicas, que parecen llevarse a cabo sobre un terremoto constante. ¿Y a estas alturas, me pregunto, no conviene aseverar humildemente aquella máxima de Lope de Vega: “más vale pobreza en paz, que en guerra mísera riqueza”? ¿O, acaso, no estamos hablando de una forma de guerra el tumulto interior que vive la esperanza del destino de los hombres, ajenos del campo de batalla que tiene lugar en Wall Street y en lugares semejantes? ¡Con qué frialdad virtual se mueven los hilos del destino del mundo en este tiempo nuestro que vivimos!

Ya un griego, hace mucho tiempo, nos sugería mirar hacia dentro para comprender lo que pasa fuera. Nos llamaba a ejercitar el pensar con el fin de no ser esclavos de las ilusiones de los sentidos y deseos: de la ignorancia. Proclamaba la filosofía como medio para sanar el alma, conocerla, y ser felices. Exclamaba, me refiero, evidentemente, a Platón, que “lo que deseamos es la verdad”. En su “Fedón”, recogiendo la voz última de Sócrates antes de ser enmudecido, Platón nos confiesa que “los poetas nos están recordando siempre que no oímos ni vemos nada con exactitud”. Para Sócrates la filosofía “era la música más excelsa”, pues en esa búsqueda incansable de la verdad la mirada del alma –que “aspira a alcanzar la realidad”- se orienta hacia sí misma hallándose ahí el canto más sincero de la libertad interior, aquel que es ganado por la conciencia y que no nos podrán quitar nunca. Quizá nuestra sociedad esté olvidando cantar de esta forma, desde el interior, buscando dentro la luz que vemos fuera. Si la economía dejase de ser un fin y se convirtiese exclusivamente en un medio, posiblemente ganaríamos muchos alivios y paz futuras. Si todas nuestras energías no se proyectasen únicamente hacia ese foco, posiblemente no seríamos constantemente cegados por el espanto del no-ser causado por el miedo a no tener. Posiblemente habría para todos al no necesitar, o, al menos, nos contentaríamos con lo realmente necesario. ¿Otra vez la utopía? Creo que únicamente resuena cierto tipo de esperanza, aquella que desoyen los poderosos, pues se encuentran siempre al otro lado, dando a Sócrates la cicuta.

De siempre supimos de las vanidades del mundo y que, a fin de cuentas, “el grande y el pequeño / somos iguales lo que dura el sueño” (Lope de Vega). Conviene la reflexión final, metafísica si se quiere, de que el ser humano, cuando es entendido (y sentido) como algo trascendente, que busca ser lo que es, y que forma parte de su naturaleza volver a unirse al alma colectiva, tiene ante sí el reto de aspirar a ser poesía, realidad nueva, para vivenciar –inspirado por su ser- el íntimo sueño de la libertad, que nada ni nadie podrán borrar, aunque otros crean que nos la venden, cada día, en Wall Street.

Diario La Verdad, 09/05/2010

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