sábado, 28 de abril de 2007

Akira, sobre héroes y otakus


El cine anime, tan popular en Japón, ha llegado con frecuencia al público occidental exitosamente, y ha sido aplaudido por un público universal, capaz de valorar este arte del dibujo manga trasladado a un formato de animación pictórica para la gran pantalla. El dominio de la informática y sus recursos creativos ha sido determinante en el desarrollo de esta forma de hacer cine que, incluso, se ha trasladado al cine ‘real’, copiando éste los recursos del anime.

Akira es una de esas películas que estremecen al público. Su autor, tanto del manga como del anime, es Katsuhiro Ôtomo. Reconocida como una de las mejores películas de su género, el anime de ciencia-ficción, realizada en el año 1988, esta cinta nos plantea un escenario complejo, la devastada y caótica Neo-Tokio del año 2019 y a unos personajes insertos en ese conflicto, héroes y villanos, que tratarán de hacer frente a ese eclipse de energía apocalíptico e incontrolable llamado Akira, que tanto anhelan unos y tanto temen otros.

Tanto el poder visual de los dibujos como el argumento o trama resultan sorprendentes, incluso ahora, en el año 2007, no tan lejanos a ese distópico 2019 conmocionado y en la crisis posbélica de la III Guerra Mundial. Los enfrenamientos continúan aisladamente, en las bandas callejeras, en la policía corrupta, en colectivos religiosos, en el propio gobierno. Todo está en crisis, incluso el Estado y el orden legal.

Tetsuo, el personaje principal, recibe una fuerza sobrenatural que es incapaz de controlar, Tetsuo se ve absorbido por tanto poder que le impide actuar con ecuanimidad y lo hace de manera destructiva, rencorosa y malvada. Su amigo Kaneda intenta salvarle, pero finalmente se tendrá que enfrentar con él: un héroe con fuerza humana -con motivaciones benévolas- se enfrenta a un antihéroe sobrehumano. El poder de Akira parece haberse reencarnado en Tetsuo, aunque la esencia de la verdadera energía de Akira es mucho más poderosa e incontrolable. Finalmente todo sucumbe a esa gran energía, nada parece sobrevivir, excepto Tetsuo.

Tal vez Tetsuo represente una gran alegoría social del futuro, ya casi del presente, una especie de desembocadura inevitable. Todo el avance tecnológico se vuelve –como gran ola poderosa de energía- contra sí mismo si no se sabe controlar. Todo el conocimiento –en definitiva- se confronta con la dualidad del bien y el mal, del yin y el yang, (in'yō/onmyō) y los factores activos se vuelven pasivos frente al descontrol que han producido.

Pero, como sabemos, el mal produce el bien y viceversa, este principio generador se aprecia en Akira espectacularmente expuesto. Nada es completamente bueno ni completamente malo, nadie es capaz de saber si –en caso de poseer un poder especial- lo usaría adecuadamente. En el equilibrio estaría la dicha, pero este equilibrio –en crisis- de Akira plantea esa duda necesaria que la Ciencia o el Estado, o cualquier otra forma humana de poder, debería tratar de resolver.

Siempre el arte nos ha puesto ante los ojos el problema, nos ha conmovido en esa presentación estética, a partir de su lenguaje y sus prioridades temáticas. No hace falta realizar arte de tesis para que una obra revele una o dos –o cientos de tesis- distintas en el espectador. El fin estético siempre lleva oculto un fin moral. La capacidad de algunas obras para mostrar sus tesis de manera implícita, susurrada, sugerida, las convierte en especialmente valiosas, porque así la idea no muere en un fin pasajero sino de transcendencia humana atemporal. A veces las tesis cambian con el paso del tiempo, unas veces nos plantean el problema desde la lejanía y otras nos desvelan el problema que nos ahoga silenciosamente en el presente. Que el fin estético tenga la cualidad de mover a la acción es ya una cuestión de ideologías, de éticas y actitudes personales. La obra no debe exigir tanto, debe ser irónica, trágica, sincera, desagradable, incluso, pero nunca obvia o panfletaria. El panfleto deberá escribirse solo en la retina del espectador.

Pero a veces el espectador es sujeto pasivo. En el caso de Akira su público –mayoritario- se ha denominado otaku, ya no sólo en Japón sino en todo el mundo. Los otakus llevan –tras de sí- un carácter distinguible, una personalidad que los hace ser quienes son –y a su vez- diferenciarse con ello, incluso aislarse. Otro término más extendido al del otaku (aficionado al manga y al anime) es el del friki, diríase que es la denominación genérica hacia alguien aficionado a algo minoritario o no convencional en los gustos de la mayoría. Suelen organizarse en grupos o por solitario. Y su vida suele girar en torno a esa afición que reverencian, ya sea roll, rock, videojuegos, Guerra de las Galaxias, aeromodelismo, etc. Son fanáticos extravagantes, (geeks en inglés) cuya vida sólo tiene sentido a la luz de sus ficciones. Una especie de habitantes de la Caverna fascinados de ver las sombras menos distinguibles.

Pero, finalmente, sólo es eso, aislamiento estético y social. Vacío. Eterno retorno, repetición programática. El friki u otaku elige su religión y la devora y exhibe continuamente. No puede salir de allí porque allí está ese lugar placentero -“locus amoenus”- donde todo recobra una verosimilitud ficcional que supera a la realidad, una verdad real (“vreal” en términos de Julia Kristeva) más real que la realidad –que en sí misma no nos aporta elementos –fenómenos- que nos lleven a la verdad. Es, así, la ficción una utopía, una suerte de verdad ideal más verosímil que lo material, pero, precisamente, por su condición de ficción con posibilidades se constituye como un ideal. Es el carácter de un Don Quijote que nunca pasa a la acción, que nunca se enfrenta a los molinos porque adora demasiado a sus gigantes. El fanático extravagante del presente (friki) es un héroe en duermevela y asustado por ser lo que es. El sueño de la razón produce monstruos, y esos sueños –mal conducidos- como sucede en Akira, pueden llevar a la demencia, a la inacción o acción destructiva, en vez de al propósito del bien, materia heroica de verosímil – y equilibrada- realidad. Tal vez deberíamos preguntarnos seriamente, ¿quién es Tetsuo?



sábado, 21 de abril de 2007

Sueños

Has dormido demasiadas horas el sueño de la razón, ahora quieres despertar de él, pero dicen que si despiertas los demás no verán tu sueño: sino tu locura. Entre sombras te levantas por el sueño de la locura y no sabes ya qué hora es. Solamente para ti tienen lógica tus sueños. Es la lógica de tu ser. Solamente para ellos no tienen lógica tus sueños. Es la lógica de su ser. No merece la pena insistir tanto en querer llevar la razón. A fin de cuentas, ¿qué es la lógica? Un sentido por necesidad, un ponerse de acuerdo ¿para qué?. Cuando la lógica nos aplasta sólo nos queda el sentir: un silencio, un rumor de inexistencia no calificada. La expulsión del vacío, del ímpetu y de la intuición pasional de un origen desapasionado. Pero comprender, al menos, que el lenguaje nos salva de la neurosis. Porque toda lógica tiene un porqué y toda causa un efecto. El lenguaje es la causa y el efecto: la enfermedad y el antídoto. El hombre es la gran neurosis que no admite su patología, porque cree que alimentando su orgullo -negando su dolor- podrá curarse. Y este dolor crece y crece: hasta finalmente destruirse todo el simulacro que representa su condición. Un simulacro basado en la jerarquía, la norma que rompe la norma pero siempre sometida al sistema. Toda transgresión tiene un marco, excepto la muerte.

viernes, 20 de abril de 2007

Cho Seung-hui: la masacre de Virginia y un verdugo

Dicen que estas cosas sólo pueden ocurrir en los Estados Unidos de América. De hecho, la lista de asesinos de masas en EE.UU cuenta con una larga y penosa tradición. Cuando una tragedia de estas ocurre la sociedad por unas semanas reflexiona sobre sí misma, ya que el enemigo está dentro, se ha educado en el Estilo de Vida legitimado e idealizado. En los EE.UU el discurso, sin embargo, autocrítico es limítrofe, yo diría que inexistente.

Sí, son casos aislados, esto no sucede todos los días, afortunadamente. Pero puede que llegue el día en que uno de estos seres extraños y raros se conviertan en santos de devoción y otros muchos quieran seguir su ejemplo. Aquí tenemos un ejemplo de un joven supuestamente, por la edad, maduro, con cierta formación literaria que podría convertirse en una especie de Holden Caufield: tratando de dejar tras de sí una estela de videos, extrañas notas y aureolas de malditismo.

Posiblemente los americanos, en caso de convertirse este caso en un precedente imitado con frecuencia en años posteriores, prohibirían antes los libros o el hecho de escribir sobre la violencia, que prohibir las armas en sí. Me explico, ¿puede inducir una película o una obra literaria a la formación de la personalidad de un psicópata? Yo, naturalmente, lo niego. Creo que el problema está en la persona, en el desequilibro mental de un joven que no ha sabido asimilar la violencia proyectada en la pantalla o en los videojuegos. ¿Podría condenarse un relato literario explícitamente violento y llegar a predecir que el joven escritor es un psicópata en potencia?

En el caso de Cho Seung-hui, este ciudadano norteamericano originario de Corea del Sur, es destacable que estudiase filología en una prestigiosa universidad. Pero, evidentemente, cabe dudar de la calidad literaria de sus relatos. Y lo más conveniente sería publicarlos cuanto antes evitando una cierta mitificación por parte de jóvenes estadounidenses sensibilizados con su actitud. Creo, y esa es mi visión del asunto, que el problema fundamental de todo esto es precisamente el peligro de que se convierta en mito, por la realidad traumática que proyecta en la sociedad, un comportamiento semejante. Conseguir un arma en Estados Unidos es mucho más fácil que en Europa, pero no olvidemos que en Europa, recurriendo al tráfico ilegal, también pueden conseguirse armas si realmente se desea. Considero que ese no es el problema sino exclusivamente la mente, la psicología del asunto. Y esta psicología está estrechamente unida al estudio de la psicología social norteamericana. Lean “American Psicho” y descubrirán a un escritor que podría haber sido tachado de psicópata en potencia. ¿Hemos de condenar esas obras, a esos escritores? Evidentemente no. ¿Hemos de condenar entonces a la sociedad hipócrita que suscita esos relatos? Evidentemente tampoco.

No es de extrañar que los dramas teatrales de Cho Seung-hui no pasen jamás a la historia de la literatura, pero es que, aunque realmente fueran obras maestras de la literatura y se valorase la obra creativa de un asesino en ningún caso podría justificarse su actitud social. Por suerte Baudelaire no terminó matando a un grupo de parisienses que paseaban por algún bulevar. Y si lo hubiera hecho hubiera cumplido su condena social aunque literariamente hubiera recibido otro tipo de justicia.

Lo único que queda sin justificación es el asesinato real: el que esparce su sangre por el suelo de una institución del saber, como es una universidad, en este caso la de Virginia. Las manos manchadas de sangre de un ser cuyos únicos relatos fueron la cobardía de matar.

Relatos injustificables de un verdugo que no aprobó el examen humano de la vida.

jueves, 12 de abril de 2007

La cultura del consumo y los centros comerciales


Señala Ortega en “La rebelión de las masas” que “el mundo, de repente, ha crecido, y con él y en él la vida”. Es una evidencia que el crecimiento demográfico entraña una de las características del siglo XX y lo será del XXI. Todo tiende a globalizarse, queramos o no. Los centros comerciales son un ejemplo de ello: son todos iguales. Eso significa que el hombre tiene las mismas necesidades y gustos. Es arriesgado hablar de necesidades en la cultura del consumo, ya que ésta, casi siempre, redunda en lo innecesario. Sigo con Ortega: “La actividad de comprar concluye en decidirse por un objeto; pero, por lo mismo, es antes una elección, y la elección comienza por darse cuenta de las posibilidades que ofrece el mercado. De donde resulta que la vida, en su modo «comprar», consiste primeramente en vivir las posibilidades de compra como tales. Cuando se habla de nuestra vida, suele olvidarse esto, que me parece esencialísimo: nuestra vida es, en todo instante y antes que nada, conciencia de lo que nos es posible. Si en cada momento no tuviéramos delante más que una sola posibilidad, carecería de sentido llamarla así. Sería más bien pura necesidad.”

Resulta fundamental esta apreciación de Ortega para incidir en la característica básica de lo que llamamos “cultura del consumo”. Una de las frases del filósofo español anteriormente citada merece serias reflexiones: “nuestra vida es […] conciencia de lo que nos es posible”. Esta es la cuestión, efectivamente.

Es fácil crear la necesidad en la masa: sólo hay que hacer que parezca necesario. ¿Y cómo se consigue esto? Creando una ética y una estética del consumo. Incluso una religión. Todo pasa por la cultura, la cultura representa el germen y la identidad ideo-social del individuo. Por esa razón los centros comerciales son el espacio –la forma- que incluye contenidos culturales. Es decir, en el centro comercial están las salas de cine, por ejemplo, y éstas proyectan cultura. Pero la cultura no es lo importante, es el pretexto para ir al centro comercial: incluso la misma sala de proyección o la pantalla de enormes dimensiones se convierten en la razón. Esta es una de las características de nuestro tiempo: la preeminencia de la forma sobre el contenido. En Bilbao la mayoría de los turistas no visitan el Guggenheim para ver la última exposición instalada, sino para ver el Guggenheim como espacio arquitectónico. La obra de arte es el cascarón: lo superficial.

El filósofo George Simmel considera que la sociedad, la cual tiende a la complejidad, se perfila en una “pluralidad de espacios”. Es decir, y sigo a J.M Marinas, hay una “redefinición de espacios”, de “formas de interacción” que nos desvela una sociedad del “protoconsumo”. Para Guy Oakes la cultura es “el proceso en que la vida se reproduce a sí misma como ‘más vida’ y se trasciende a sí misma generando formas que califica como “más que vida”. Es por tanto, el consumo, un exceder. Una necesidad de no necesidad, un impulso o posibilidad de trascendencia que persigue materializarse. Una concretización del deseo: un deseo indirecto que se resuelve en una suerte de exposición de deseos previamente manufacturados para la pluralidad deseante.

El consumidor, o también llamado “preferidor racional”, no deja de ser, esto nunca se debe olvidar, un individuo. Simmel nos propone estudiar la “singularidad de la vida”, los hechos concretos, para acercarnos a lo general: a aquello que define y sintetice lo plural. Esta es una tarea de observación, que la novela realista, por ejemplo, ha venido haciendo desde el siglo XIX. En esta capacidad de observación la sensibilidad es fundamental: sensibilidad para sensibilizar. Tal vez así se destape el antifaz de la pseu-docultura que nos empieza a redefinir de manera trágica desposeyéndonos de una identidad individualizada. Tal vez aún no sea demasiado tarde y la singularidad no esté perdida del todo. Esperemos que no llegue el día en que sea imposible registrar diferencias entre los individuos. Porque entonces nos situaríamos frente al siniestro y alienante triunfo de la masa. ¿Es ya tarde para la esperanza? Eso depende de ustedes. De cada uno de ustedes.

Sendas de agua




El agua fría
no abandona el sendero.
Lágrimas vivas.

martes, 10 de abril de 2007

Destino literario


Esta noche no es como las demás.
Algo ha ocurrido en el poema.
Algo está sucediendo en mí.
El destino de la palabra
es también el destino
de la vida.

domingo, 8 de abril de 2007

Los centros comerciales o el aire puro del hombre posburgués


Para llenar nuestro vacío existencial vamos a los centros comerciales. Hay algunos que se encuentran en el centro de la ciudad, pero otros están a las afueras y la visita se convierte en una excursión de, a veces, una jornada entera. Comida, merienda, compras, cine, bolera, pubs, conciertos, etc. Todo está allí, todo a lo que el hombre posburgués puede aspirar. El paraíso de las urbes, la periferia convertida en centro urbano. No es de extrañar que las ciudades ahora giren en torno a estas construcciones, y el llamado centro histórico sea el pasto de la nueva pobreza. No es de extrañar que se edifique en torno a esas parcelas de ociosidad y consumo. Estamos vacíos, el trabajo nos deja sin fuerzas idealistas. Y el sueño se llama "cultura del consumo". Todos caemos, estamos atrapados en la red. No hay manera de no sucumbir ante el infernal paraíso de nuestras aspiraciones metafísicas transferidas en mercancía. Los centros comerciales son la verdadera religión de la clase media: aquella que sueña su felicidad entre espasmos de esclavitud redentora.

sábado, 7 de abril de 2007

Brick

A simple vista podría parecer una película convencional destinada al público adolescente-juvenil pero a menudo que avanza nos damos cuenta de que es algo más. Cine negro puro, película de detectives cuyos protagonistas, jóvenes estudiantes de instituto, juegan a ser mayores. La Banda Sonora es bastante buena, propia de los films negros. El argumento es algo lioso, como las grandes películas de detectives (véase "El sueño eterno") pero no deja de ser original. El ambiente está muy bien tratado, un esteticismo conseguido e innovador. ME recuerda en eso a la novelas de Bret Easton Ellis, sobre todo a "Menos que cero".

El actor principal es Joseph Gordon-Levitt ("Misterius Skin", "Letter Days") y en mi opinión su interpretación es sobresaliente, sin duda dará mucho que hablar este actor.

Lo único negativo, a mi entender, es que cae en ocasiones en algunos tópicos argumentales de este tipo de películas, pero, en general, este pequeño defecto se disculpa porque el director, Rian Johnson, ha conseguido unos notables resultados técnicos y estéticos.



ME ha encantado el ambiente captado (una atmósfera casi surrelista y enrarecida a medida que avanza el film), la música muy bien escogida y la interpretación original de los jóvenes personajes. Se nota que hay un director con talento propio, y no vendido a la industria, detrás de esta cinta.

Por tanto, la recomiendo encarecidamente, si usted desea pasar un rato intrigado, sin preocupaciones metafísicas, solamente con la curiosidad a flor de piel. ¿Qué está pasando?, ¿qué va a pasar?, ¿qué ha pasado?. Esas son las preguntas que con más frecuencia fluyeron por mi cabeza. Pero, a fin de cuentas, creo que lo más importante en este film no es lo que pasa sino cómo pasa, sin duda el director lo ha conseguido.


BRICK, Brian Johnson. (USA, 2005)
Ver ficha en Imdb - FilmAffinity

Mi valoración: 7

viernes, 6 de abril de 2007

Pecado original


El hombre odia por temor a no ser amado.

La peor amenaza formulada en la Historia de la Humanidad proviene de los que consideran someterse a Dios para sentirse seguros de sí mismos y de sus semejantes.

La posibilidad de ir al infierno es la peor amenaza, ya que nunca podremos escapar de él una vez asumida su existencia. Es decir, desde que el hombre se ha sentido atado a los dictados de una Conciencia Superior que todo lo observa y juzga.

El temor ha obligado al hombre a creer en el sometimiento divino de sus ficciones.


jueves, 5 de abril de 2007

Un voto en blanco

Si a usted le preguntasen cuál es la película de su vida, ¿le costaría mucho decidirlo o lo tiene totalmente claro? En mi caso jamás podría asegurarlo porque son muchas las películas que han resultado importantes en mi vida, es decir, que de alguna manera, como una gran novela, me han trasformado.

Una famosa página de Internet dedicada al cine, cuyo nombre es IMDB (Internet Movie Data Base), dispone de un “Top 250”, esto es, de una lista o canon de las 250 supuestas mejores películas de la Historia del Cine según los visitantes de la web. Cada película tiene incluso una puntuación determinada, que es la media aritmética resultante de cada valoración por usuario. Así, la mejor película de la Historia del Cine, a día de hoy, es “El Padrino”, con 204,392 votos y una nota media de 9’1 sobre 10.

Resulta interesante observar los gustos de los lectores, ya que representan, por el gran número de votos que se efectúan, al público del cine en general, y ver cómo estos simpatizan o reniegan de las películas. Esta página web recoge, o desea recoger, todas las películas existentes en el mercado y para todas ellas se ofrece la posibilidad de efectuar un voto por usuario, previamente registrado.

Este “Top 250”, a mi entender, como digo, representa un gusto popular, no especializado, con el que cabe la posibilidad de atender a la recepción del cine en el público, y no, como en otras ocasiones se hace, en los subjetivos, limitados y constreñidos críticos de turno. Pero, desgraciadamente, si repasamos el “Top 250” tampoco podríamos quedar muy conformes con el resultado general, absurdo en muchos casos, afectado por películas mediocres sublimemente valoradas (El Señor de los Anillos: 8’8, Star Wars: 8’8, Rocky: 7’9, etc.)

Sin embargo, no por esa razón conviene despreciar este “Top” tan disparatado, incoherente y complaciente con la Industria. Cabe analizar los gustos generales, el porqué de este tapiz extraño donde “Terminator”, protagonizada por Arnold Schwarzenegger, Gobernador de California, tiene la misma nota que “Manhattan” de Woody Allen. Sin duda son públicos distintos los que votan a una y a otra película, ya que no cabe en ninguna cabeza que una misma persona pueda amar las dos películas por igual. Aunque eso sería muy posmoderno, por otra parte.

Ya no se puede decir aquello de que la sabiduría popular nunca se equivoca. Esta lista es la prueba del desequilibrio estético de nuestro tiempo. De cómo lo más sublime puede estar cerca de lo más banal e intrascendente. El ser humano es así: proteico, vario, disímil, absurdo.

Pero no hay que precipitarse en juzgar esta situación como una gran tragedia, sino, mirándolo bien, como una parodia de que lo somos o de lo que el arte nos hace ser. Los hechos nos revelan la parodia que nosotros mismos hemos creado de lo que somos.

Es, por tanto, el arte, en este caso, el cine, un espejo de nuestra mediocridad. Pero también de nuestra grandeza. De nuestras limitaciones, pero también de nuestro espíritu sensible.

Finalmente este espejo puede volverse contra sí mismo y legitimar lo mediocre. Seguro que más de alguno se ha decidido a ver determinada película por la buena nota que recoge en esta página; y, por otro lado, ha dejado de ver otras porque su nota no es tan buena. Este es el problema de la subjetividad y la desorientación, también el problema de la pasividad o del dejarse orientar por miedo a pensar por uno mismo. O, simplemente, porque no hay tiempo ni ganas para ello.

A fin de cuentas somos lo que vemos. Vemos lo que creemos que somos. Y no vemos lo que creemos que no somos. No hay, sin embargo, la posibilidad de desilusionarnos, pues, afortunadamente, todos tenemos la posibilidad de votar, pero sí, admitiendo que nuestro voto pueda perjudicar al prójimo. Ese es el gran conflicto: la pérdida de la legitimidad. De nuestra auténtica y necesariamente defendible legitimidad.



martes, 3 de abril de 2007

Oscuras previsiones

La moral busca la pureza, no ensuciarse de la mayor enfermedad humana: la conciencia. Sin embargo, ¿no podría ser el sujeto moral puro el ser humano sin conciencia?, ¿una especie de ángel terrible que te devora placenteramente?

¿Podría el ser humano aprender a devorar sin conciencia alguna, haciendo que sus semejantes sigan su ejemplo convirtiéndose éste en un paradigma de la moralidad?

¿Puede un hombre conducir a un abismo perpetuo a toda la Humanidad?

La Naturaleza nos vuelve pragmáticos y mediocres al dotarnos del instinto de superviviencia. Todo instinto es una lacra que conduce a la voluntad, la cual pervierte y devora.

¿Puede el hombre arrastrarse en el fango, contaminar todos sus instintos, construir una moral edénica de excrementos?

¿Podremos liberarnos de la conciencia para que salga el Sol sin que nadie lo observe y la luz irradiase como una ceguera y nuestra piel fuese sensible a su influencia?

¿Podría el hombre sin conciencia hablar a Dios sin hablarle, desde lo oscuro, devolviéndole sus cielos: haciéndole, silenciosamente, la Revolución?

Sería el silencio, la retirada perfecta. El cinismo engendrando instintos autodestructivos. El drama de una evolución humana sin conciencia.

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