jueves, 31 de agosto de 2006

Liberalismo y democracia


¿Está destinado el siglo XXI a ser la centuria de la libertad individual? Esta es una pregunta que suelen hacerse los neoliberales europeos, que han surgido con más fuerza después del consabido fracaso de la Constitución Europea. El sociólogo Francis Fukuyama señala que ya a partir de la segunda mitad del siglo XX sucedió lo que él denomina la “Gran Ruptura”, caracterizada por un “desmoronamiento del orden social” y por una cultura de “individualismo intensivo” que acarrea serios problemas en el terreno de las relaciones sociales, lo cual conduce al aislamiento y ruptura de los lazos entre las familias, barrios e incluso naciones.

El liberalismo lucha por la libertad e igualdad individual, y la creación del estado liberal, desde la Ilustración, ha supuesto un esfuerzo más que considerable en el desarrollo de las naciones, pero una cultura de individualismo desenfrenado, señala Fukuyama, convierte la infracción de las normas en la norma; y la objeción a una cultura de liberalismo intenso “es que acaba por verse privada de comunidad”. El problema de una sociedad individualista es, por tanto, que no sabe cómo administrar su libertad y se convierte en asunto necesario la cohesión por medio de valores y normas sociales. Las palabras de Fukuyama son claras: “Una sociedad dedicada a la destrucción constante de normas y reglas en aras de un aumento de la libertad individual de elección se verá cada vez más desorganizada, atomizada, aislada e incapaz de llevar a cabo objetivos y tareas comunes”.

Este es el problema fundamental al que debe enfrentarse el siglo XXI, y que consistirá en la búsqueda de un equilibrio y armonización entre ambos extremos: norma y libertad. Internet es el símbolo, la gran metáfora, que representa nuestra sociedad actual, donde la libertad es absoluta y depende exclusivamente del uso que el usuario haga de ese recurso inagotable de información y servicios. Vivimos en una democracia liberal y de capitalismo de mercado donde es difícil diferenciar a la persona del número y la libertad individual se domestica y “aliena” con la televisión y la publicidad, que esclaviza, creando la necesidad de consumo que una vez satisfecha proporciona la libertad anhelada.

Para Ramón Pérez de Ayala las sociedades occidentales se han organizado sucesivamente en torno a una norma superior a la cual ha quedado supeditado el individuo “como fin en sí mismo”. Así, por orden cronológico, tenemos, la ciudad (Grecia), el Estado (Roma), la Iglesia (Edad Media), la nación (Edad Moderna), el pueblo (período revolucionario). El gran debate, indica Pérez de Ayala, a lo largo de más de veinticinco siglos, no ha cesado en torno a si “la ciudad, el Estado, la Iglesia, la nación y el pueblo han de estar al servicio del individuo o si el individuo ha de estar al servicio de la ciudad, el Estado, la Iglesia, la nación y el pueblo”. Nuestra era, la era democrática-posmoderna, ha de hacerse la misma pregunta.

El liberalismo encarna una generosidad social del poder con respecto al individuo, la sociedad progresa gracias a la libertad individual. Y es frecuente la exhortación al gobierno de “laissez faire, laissez passer”, de dejar pasar y dejar hacer, tanto en los sentidos de tolerancia religiosa y étnica-cultural como en los económicos de libre-comercio y Gobierno limitado, sometido a una Constitución de carácter liberal. Numerosos pensadores han formulado ideas en torno al pensamiento liberal como David Hume, Adan Smith o Montesquieu, llegando a establecerse la famosa división de liberalismo económico y liberalismo social. Para Maquiavelo el príncipe liberal era el generoso, y este era un vicio a evitar. “Un príncipe se debe guardar de ser despreciable y odioso, y la liberalidad le lleva a las dos cosas”. Eran otros tiempos.

El siempre interesante pensador Aquilino Duque hace una distinción entre el pueblo, que ora, la masa, que embiste, y el hombre, que piensa. “El ascenso de las masas al protagonismo de la vida política”, como Ortega apuntó, es, en definitiva, la democracia. Mucha razón llevaba el premio Nobel José Saramago cuando concretó que la democracia es un medio, pero no un fin. Sí, el mejor de los sistemas hasta la fecha pero, no por ello, un sistema perfecto. Pues la democracia, en definitiva, es cuestión de números. En este sentido cabe aludir al maestro Borges, que señalará que la democracia es el abuso de la estadística. Aquilino Duque recuerda con nostalgia la Institución Libre de Enseñanza, donde se enseñaba al hombre, como ser individual, a pensar por sí mismo, así apunta que “la oración y la embestida pueden ser actos colectivos [pero que] el pensamiento es siempre individual”, “para el pueblo la libertad es el derecho a orar, para la masa el derecho a embestir y para el hombre el derecho a pensar […] los hombres de la Institución [Libre de Enseñanza] constituyen una minoría de hombres para los que la libertad es el derecho a pensar”. Pero esto es ya una “ilusión liberal” en la forma en que Croce la abordó, que no deja de ser eso, una ilusión… un espejismo. La idea de la crisis del Humanismo viene de Nietzsche y de Heidegger y todavía ahora, filósofos como Sloterdijk, traen a debate estas cuestiones, que no dejan de ser un problema de minorías, debatido por minorías y que por tanto la democracia, al servicio de la masa, desoye. En este sentido sería interesante la lectura de “El desprecio de la masas” del filósofo citado, o “Masa y poder”, de Canetti. Y por supuesto “La rebelión de las masas”, libro fundacional de este concepto orteguiano. En definitiva, una sociedad masificada y un hombre que reclama su individualismo. ¿El hombre se debe a la sociedad o la sociedad al hombre? ¿O es la masa la que embiste y gobierna arrastrando consigo y callando, de este modo, la voz del extinto individuo, pensante por sí mismo y, condenadamente, para sí mismo, en el silencioso abismo de la minoría aislada que, a duras penas, representa?

lunes, 28 de agosto de 2006

VIVIR SU VIDA



Ella vendió su cuerpo pero nunca su alma. Pese a su juventud poseía una madurez especial, otorgada por la experiencia de la vida. Ella pensaba que el lenguaje representa una trampa, que cuanto más se habla menos quieren decir las palabras. Ella fue al cine a ver “La pasión de Juana de Arco” y terminó, emocionada, con lágrimas en los ojos al terminar la película. Su nombre es Nana, personaje principal de “Vivir su vida”, dirigida por Jean-Luc Godard y otra vez en cartelera, cuarenta y cuatro años después de su estreno, en 1962. Sin embargo esta película no ha envejecido y sospecho que nunca lo hará, porque los clásicos no envejecen.

Está dividida en doce partes en las que se narra cómo Nana vive su vida, cómo se queda sin casa y sin dinero, cómo, ante la necesidad, tiene que dedicarse a la prostitución, aunque ella realmente quiere ser actriz y cómo, a pesar de su deshonroso oficio, ella sigue soñando la vida y buscando respuestas a todos sus misterios. “¿No debería ser el amor lo único verdadero?” pregunta la joven a un filósofo (interpretado por Brice Parain) con el que casualmente coincide en una cafetería. “Sí, pero sería necesario que el amor fuese siempre verdadero”. Contesta el filósofo, casi respondiendo lo mismo que ella ha preguntado, casi, a pesar de su saber y longevidad, sin conocer la respuesta. Buscando la esencialidad de lo inconcreto.

En ciertos momentos tenemos la sensación de que es el destino el que elige por nosotros y en otras ocasiones somos nosotros, quienes sujetos a nuestra libertad, nos vemos obligados a elegir nuestro destino, acaso de una manera angustiosa. La libertad, el miedo a ella, es también en cierto sentido nuestra cárcel, pues toda elección nos condena. En las películas de Godard, salpicadas del más puro existencialismo sartreano, esta idea queda sugerida a menudo. Nana elige ser prostituta y al final esta es su condena. El azar, lo fortuito, es otro elemento esencial en el cine de Godard. La muerte de Nana así lo corrobora, al recibir un disparo que no iba dirigido a ella. “Nana se queda sola, yaciendo en el asfalto”, se glosa en el guión, en la acotación final. Las cosas suceden, sin más, sin otra explicación. Sin ningún sentido.

La bellísima Anna Karina interpreta este papel. La película es, en sí misma, un cuidado y magistral retrato de este personaje. Numerosos planos de Nana y, mientras, la lectura de un texto de Poe, realizada por el mismo Godard, en los minutos finales, revela la propia intencionalidad de la película como obra de arte: “Vi así, vívidamente un cuadro incompletamente inadvertido antes. Era el retrato de una joven muchacha que empezaba a madurar como mujer. […] Había encontrado el hechizo del cuadro en una absoluta ‘apariencia de vida’ de expresión.” Y así, cuando el espectador observa a Nana la encuentra totalmente vivificada y llena de verdad expresiva. Godard ha trazado con su cámara una obra de arte. La cámara está ahí, moviéndose, mirando, captando lo más sugerente e impenetrable. Y el espectador se siente libre porque observa justamente lo que desea observar, la cámara es su propio ojo, se dirige hacia donde debe dirigirse, casi espontáneamente. El propio Godard lo dijo: “La película fue hecha por una especie de segunda presencia”.

Viendo esta obra uno tiene la sensación de que el cine de aquel tiempo era un milagro. La magia estética del blanco y negro nos trasporta a ese mundo irreal, que es el cine, en el cual soñamos, fascinados, con la visión de escenas cargadas de belleza y significaciones. “Vivir su vida” así lo demuestra. Tanto su tema como su forma configuran un todo perfectamente articulado. La película empieza con una cita de Montaigne: “Hay que prestarse a los demás y darse a sí mismo”. Y eso es lo que hace Nana, ser ella misma, vivir su vida, a pesar de vender su cuerpo, de prestarlo, para sobrevivir. Y como Juana de Arco su liberación fue la muerte. Pero Nana no comprende cuál es su condena. “¿Y de qué soy culpable?”, le pregunta a Raoul. “Debes aceptar a todo el mundo, siempre y cuando paguen”, le responde. “No, no a todo el mundo. ¡A veces es repugnante!”, exclama ella. Y él concluye: “¿Ves de qué eres culpable?”. En la prostitución no hay libertad. Ella es culpable de no querer aceptar ciertas cosas, pero la profesión que ha elegido le obliga a ello. Ha elegido vivir su vida pero ya no es dueña de su cuerpo, sólo de su alma.

Jean-Luc Godard ha realizado en “Vivir su vida” un retrato excepcional de este personaje. El rostro de Anna Karina, que llena y desborda la pantalla, parece tener vida propia como en el relato de Poe. Merece la pena volver la mirada a esta película, porque supone rescatar una intiligente y original obra, la cual ocupa un lugar destacado en la ya dilatada y memorable Historia del Cine. El espectador saldrá de la sala totalmente en armonía con el cine y consigo mismo, con su vida. Godard explica mejor que nadie lo que he tratado de plantear: “’Vivir su vida’ ha sido el equilibrio que hace que de pronto uno se sienta bien en la vida, durante un día o una semana”. Por eso no nos puede extrañar que casi medio siglo después de su estreno vuelva a estar en cartelera una obra así. Y no podemos dejar pasar la oportunidad de ver, en la gran pantalla, esta suma de arte y vida, de sensibilidad visual y creación inteligente.

miércoles, 23 de agosto de 2006

Dos sentencias y un haiku


I.- Dos sentencias

El nivel de grandeza se mide con la humildad.

El nivel de estupidez se mide con la prudencia.


II.- Haiku


Sí, era bella:
ojos llenos de luz.
Nunca me vio.




jueves, 17 de agosto de 2006

Dos 'amoradas'

I

¿Qué es el tiempo,
sino un volver a ti,
constante?


II

Al tocarte
podría haber muerto,
pero sobrevivir
fue condenarme a ti,
para siempre.

martes, 15 de agosto de 2006

La muerte de Dios

-Si mantuvieses un encuentro casual con Dios y éste te prometiese concederte un deseo. ¿Qué le pedirías?

-Le pediría que se suicidara.

-¿Y qué harías después?

- Ir a ver una buena película.

miércoles, 9 de agosto de 2006

El rayo de luz que habita en las palabras (Sobre el fenómeno poético)


La virtud del poeta no es otra que saberse herido por la palabra. No es otro el placer que siente: la resurrección de la música en el silencio, la palabra herida por el viento. Sus versos quieren salpicar al mundo, quieren doler al sacrificio estéril de la belleza. Sus versos no son otra cosa que vida, vida constante que deviene de la voluntad de permanencia. 'Poesía', 'noche', 'soledad'…, palabras que designan lo inabordable y que unidas, misteriosamente dispuestas, son algo más que nombres y conceptos. La poesía eterniza, con sagrado ritmo, la fugacidad inconmensurable de la vida. Trata de captar lo inmediato y a veces lo consigue. Se aproxima a lo indecible y a veces lo define. Esto es poesía: la revelación en verso de lo que permanece, visible o invisible, en la humana conciencia universal. La luz que habita en las palabras resplandece mediante el fenómeno poético, es un acto eléctrico de magia verbal, de energía creadora. El poeta es el conductor de esa energía y el poema, pleno en sí mismo, realiza el milagro de la luz simbólica, rodeando a los significantes de entes con significado pleno y expansivo. El fenómeno del verbo poético lo registra cada lector, susceptible de recibir esa descarga eléctrica que desprende toda poesía digna de llamarse poesía.

sábado, 5 de agosto de 2006

Coches de juguete


Juraría que fue cuando yo tenía quince años,

las amapolas exhalaban su aroma perturbador

y nosotros, como dos gotas de deseo, nos mirábamos,

sin comprender todavía el ruido que el amor desprende

de dos cuerpos entregados a la pasión, repletos

de violento y dulce ímpetu adolescente.


Tus cálidas mejillas amparaban mis labios

en la noche sagrada y erótica del rito

y los arcos vivos de tus senos alumbraban

impuestos ante mí:

como fieles simetrías del placer

en que yo era perdido.


Y fue colmándose de cantos

la noche ancestral de nuestra unión.


Y partimos de la adolescencia

como dos héroes sin destino,

apabullados de vida,

perdidos en ella

apasionadamente.


Ahora no soy más que la sombra

de ese adolescente,

el niño se pierde

en la memoria

triste y cotidiana

de los días.


Ojalá hubiera seguido jugando

con mis alegres y veloces

coches de juguete.


Ojalá la vida hubiese sido menos seria.


Herido me amparo en la noche perpetua

a un rostro perdido, manantial de felicidad,

que solloza hoy en su eterna putrefacción.


Con qué serena impavidez te recuerdo,

con qué amarga ebriedad intento olvidarte,

con qué horrible nocturnidad te persigo.


Y ya nunca amanece.

martes, 1 de agosto de 2006

Canto de la muerte serena

La ceguera del tiempo nos recoge, vive.

En el mar no hay párpados de tierra

que confundan la sustancia del origen.

El canto asciende desde la voz a las estrellas

y no regresa ni depone su aliento

para dar morada al sol, que ya no quema.

Fuiste prisionero una vez del reposo,

abolido ahora como un muro de viento.

Fuiste prisionero y serás recóndito dios…

y en la espera callarás el vacío

como un ángel remontado de las tinieblas,

para dar morada al frío, que ya no cesa.

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